jueves, 13 de septiembre de 2007

Umberto Eco

Lo que sigue pertenece al libro de Umberto Eco “La isla del día de antes”.
Sostengo que los libros viven y aparecen cuando los necesito. Hoy buscando algo para leer en el subte, el libro de Eco cayó del estante, antes de guardarlo lo abrí y apareció lo que dejo como post.


EL ARTE DE LA PRUDENCIA


No interrumpir cuando el otro habla para decir lo que pensamos y, ya sea con aire de preguntar o con tono afirmativo, querer demostrar al otro que se engaña o que esta equivocado. Sobre todo no interrumpir a los poderosos ya que, la confianza en nuestra sagacidad y el sentimiento de tener que atestiguar la verdad podrían empujar a dar un buen aviso a quien es más que nosotros. Todo vencimiento es odioso y si el perdedor es un superior, puede ser fatal.
No se debe humillar tampoco con nuestras virtudes. Nunca hablar de sí: o podemos alabarnos (que es desmerecimiento), o podemos menospreciarnos (que es poquedad, inseguridad). Tenemos que ser bastante y parecer poco.
Algo importante: no mostrar nuestras pasiones. No podemos permitir a cualquiera el acceso a nuestro corazón. Un silencio prudente y cauto es demostración de juicio.
Puede parecer que lo que debemos aprender es a fingir, a simular. Error.
La palabra es disimular.
Si simulamos lo que no somos, disimulamos lo que en verdad somos. Si alguna persona alardea de lo que no a hecho, es un simulador, pero si evita, sin hacerlo notar, dar a conocer completamente lo que a hecho, entonces disimula. Es virtud sobre virtud disimular la virtud.
Es esta una forma de aprender a ser virtuoso según la prudencia.
Disimular es extender un velo compuesto de tinieblas honestas, en las cuales no se forma lo falso sino que se da un cierto descanso a lo verdadero.
En esta vida, no siempre se debe ser de corazón abierto, y las verdades que más nos importan vienen siempre a medio decir.
La disimulación no es engaño. Es industria de no hacer ver las cosas como son. Y es industria difícil: para sobresalir en ella hace falta que los demás no reconozcan nuestra excelencia. De los excelentes disimuladores que han sido y son, no se tiene noticia alguna.
Debemos notar que esta invitación al disimulo no implica permanecer mudos. Al contrario. Será menester aprender a hacer con la palabra aguda lo que no se puede hacer con la palabra abierta; a moverse en un mundo que privilegia la apariencia, con todas las agilidades de la elocuencia, a ser tejedor de palabras de seda.
Si los dardos traspasan el cuerpo, las palabras pueden traspasar el alma.
Para los necios debemos usar el ingenio para asombrar y así obtendremos aprobación. Los hombres gustan de ser sorprendidos. Ganar con la conversación, una frase elegante nos aleja de enredos; debemos aprender a usar la lengua con la ligereza de una pluma. La mayor parte de las cosas se puede pagar con las palabras.

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