miércoles, 26 de abril de 2006

ABRIL

Abril hasta 1982 era un mes más. Me gustaba su nombre, los primeros días otoñales mezclados con el verano que se negaba a partir, la noche que venía más temprano, algunas lluvias que tanto amé desde siempre.
Abril pasó a ser sinónimo de locura con Malvinas. Sinónimo del desastre provocado por un borracho con poder y tantos vivos que vivían a costa de tanto pibe muerto.
Abril se llevó a mi perra Lola, allá por el 84. Murió un dos de abril, diciéndome tantas cosas sin decir nada.
Después la vida, como en una balanza, trató de amigarme con abril, regalándome a mi hija un día 26. Hace 18 años pasaba la noche más alegre y dolorosa de mi vida. Alegre porque sabía que pronto la conocería, porque su padre y mis amigos estaban conmigo y cada vez que las contracciones pasaban, el placer de no sentir dolor alguno por un rato me provocaba risa y todos reíamos. Riendo entré en el Sanatorio a las siete y pico de la tarde y, a las nueve y cuarto de la noche, la Flopo ya estaba con nosotros... no reía precisamente, pero mi peceto con ojos era la bebé más hermosa del mundo y reíamos.
Abril, se amigó conmigo. Si bien lo miraba de costado, la presencia de mi hija me ayudaba a confiar en él.
Hasta el 17, claro.
Otra vez abril y la muerte.
No voy a volver a confiar en vos, sabelo.
Tampoco voy a amargar los cumpleaños de Flopo, eso también lo sabés.
Sin embargo, cada vez que llegues, voy a estar alerta. Sé que podés seguir intentando romper mi corazón.

viernes, 21 de abril de 2006

UN PURO CON OLIVERIO

Esta poesía no es mía (que más quisiera que lo fuera) pero, una vez más, Oliverio Girondo se acerca y me regala este “Vuelo sin orillas”.
Lo comparto con Uds., me hubiera gustado leérselo a mi viejo, probablemente, hubiera sonreído. Después hubiera prendido un habano y se hubiera quedado en silencio porque no hubiese entendido un catzo, pero ahora tal vez comprenda.
Ahora, después de volar desesperadamente, sea Oliverio quien le convide un puro y mi viejo no necesite explicación alguna y yo, tampoco.


Abandoné las sombras,
las espesas paredes,
los ruidos familiares,
la amistad de los libros,
el tabaco, las plumas,
los secos cielorrasos;
para salir volando,
desesperadamente.

Abajo: en la penumbra,
las amargas cornisas,
las calles desoladas,
los faroles sonámbulos,
las muertas chimeneas
los rumores cansados,
desesperadamente.

Ya todo era silencio,
simuladas catástrofes,
grandes charcos de sombra,
aguaceros, relámpagos,
vagabundos islotes
de inestable riberas;
pero seguí volando,
desesperadamente.

Un resplandor desnudo,
una luz calcinante
se interpuso en mi ruta,
me fascinó de muerte,
pero logré evadirme
de su letal influjo,
para seguir volando,
desesperadamente.

Todavía el destino
de mundos fenecidos,
desorientó mi vuelo
-de sideral constancia-
con sus vanas parábolas
y sus aureolas falsas;
pero seguí volando,
desesperadamente.

Me oprimía lo fluido,
la limpidez maciza,
el vacío escarchado,
la inaudible distancia,
la oquedad insonora,
el reposo asfixiante;
pero seguía volando,
desesperadamente.

Ya no existía nada,
la nada estaba ausente;
ni oscuridad, ni lumbre,
-ni unas manos celestes-
ni vida, ni destino,
ni misterio, ni muerte;
pero seguía volando,
desesperadamente.

lunes, 10 de abril de 2006

Chau, querido viejo

Se está muriendo mi viejo. Cuando estas cosas suceden, no hay mucho más que decir.
Se está muriendo porque su cabeza dijo basta, pero no su corazón, no sus pulmones.
Se está muriendo como el no quería. Está en coma y no tengo enchufe para patear. Está en coma y por más que hable o grite ya no escucha. Está en coma, me dicen, su estado es de inconciencia, escucho. Entonces, me enojo. Me enojo con la vida, puteo a la muerte pelotuda que deja a mi viejo en coma, tirado en una cama, en un estado de inconciencia. No va a despertar, me dicen. No va a despertar, repito. Me pregunto que clase de enseñanza me deja este sufrimiento de mi viejo. Me pregunto que clave estoy ignorando, que mensaje no logro descifrar. No hay enseñanza, ni clave, ni mensaje. No hay nada. Solo este tiempo, que no es tiempo para él. Sólo esta espera cuyo objetivo es que mi viejo deje de respirar y se vaya, se vaya para siempre y poner su foto sobre la biblioteca, para sonreír cuando paso cerca, para llorar bajito camino a mi trabajo y masticar esta puta certeza de saber que ya nunca más atenderá el teléfono diciendo “Sí, dígame” o que lo abrazaré cuando me despido, o que lo escucharé cantar entre risas y admiración sus maravillosos paso doble o aquella canción que se llamaba María Magdalena y que solo a él se la escuché cantar.
Se está muriendo mi viejo, no tuvo la vida que quiso y, sin embargo, cómo le gustaba vivir.
Se está muriendo mi viejo y la muerte hija de puta, lo deja inconsciente, lo deja para que se vaya muriendo poco a poco, sin saber que está muriendo en una habitación que nunca, nunca debió conocer.