martes, 29 de mayo de 2007

Ay, qué día!

Hay días en los que no quisiera estar conmigo.
Días asquerosamente soleados. Salgo a la calle y mi sombra es una desconocida que se aferra a otras personas, implorando ser adoptada.
Días de anteojos negros y cabeza baja. Los semáforos no respetan mi ceguera y los bocinazos intentan que mire antes de cruzar. Los semáforos siguen firmes cambiando de color y algún automovilista me putea. Qué me importa tu insulto, gilberto abanderado.
Hoy ni mi sombra me sigue. Hoy debiera ser invisible, pero ni siquiera eso nos está permitido. Y así, peleándome con el que maneja mis piolines ando por la vida.
No estoy triste, no.
Estoy aburrida. Aburrida de ver como la lotería siempre la gana otro. Aburrida de quejarme, de mis pasos y las escaleras mecánicas. Del subte y los operarios.
Aburrida del ciego que vende pastillas. De correrme. De empujar porque me empujan. De la rutina repetida que repite rutinas y el vagón que frena. Que no arranca. Parece que una mujer se descompuso y hay que esperar la ambulancia. No, ahora dicen que parece que un hombre se quiso suicidar en la línea “D”, pero si estamos en la “E” le digo a una flaca que anda a los gritos con el maquinista. Y el maquinista se encoje de hombros y unos viejos que están sentados le dicen que no se haga mala sangre, que se va a volver vieja si sigue gritando. Y la mina que sonríe y yo que me aburro porque también es rutina que un flaco se suicide en la línea “D” y pare la “E”. Los relojes siguen dando la hora aunque uno menos habite el planeta. Todo sigue. El flaco, parece que no. O sí. Qué sé yo. Uno menos que compite, cuando salga a Avenida Belgrano le compro “La Solidaria” al viejo rengo de la esquina. No, no compro nada. El viejo no está, o quizá está pero no lo veo, como no veo los semáforos, ni mi sombra, ni las ganas de decirle “Buenos días” al portero.
No son “buenos días”, que tengo que andar diciendo lo que no siento.
La recepcionista me saluda con su cara repetida de embole. “Esta está peor que yo” pienso y me siento en el escritorio. Tengo que archivar. No pienso archivar. Hago las reservas para el almuerzo de mañana. Que van. Que no van. Sí, van. Hago las reservas. Pido turno en el mecánico de mi jefe. Le pago la tarjeta. Se paga la tarjeta. Hago el cheque. Firma. Lo comunico con fulano de tal. Habla, habla. Hablo con otra secretaria. Que embole, mi dios, que embole. Y el día que parece se niega a dejar de serlo y la noche que no llega. ¿Para qué quiero que llegue la noche? Qué sé yo. Para eliminar toxinas en el Gym. Al final, todo pareciera confabulado para que lo más importante de este día sea eliminar toxinas.
Sí, quizá la vida se resuma a eso. Eliminar.
Por eso, en estos días, lo mejor que me puede pasar es ser otra. Pero no. Desde chica con esta fijación de ser yo misma. Es demasiado. Uno debiera poder divorciarse de uno mismo en días así.

jueves, 24 de mayo de 2007

Miguel Delibes


Quizá, alguno lo conoce, les dejo un fragmento de unos de sus libros, “Mujer de rojo sobre fondo gris”, para aquellos que nada saben de el, les cuento que se llama Miguel Delibes, novelista de Castilla, nacido el 17 de octubre de 1920 y que los personajes de su obra abrigan algo que le falta a mucha gente: alma.

"En la vida has ido conociendo algunas cosas pero has fallado en lo esencial, es decir, has fracasado. Esa idea te deprime y entonces es cuando buscas apresuradamente un remedio para poder arrastrar con dignidad el futuro. Ahora no tendré a nadie a mano cuando me asalte el miedo.
(...)
Ninguno de los dos era sincero pero lo fingíamos y ambos aceptábamos, de antemano, la situación. Pero las más de las veces, callábamos. Nos bastaba con mirarnos y sabernos. Nada nos importaban los silencios. Estábamos juntos y era suficiente. Cuando ella se fue todavía lo vi más claro: aquellas sobremesas sin palabras, aquellas miradas sin proyecto, sin esperar grandes cosas de la vida eran sencillamente la felicidad. Yo buscaba en la cabeza temas de conversación que pudieran interesarla, pero me sucedía lo mismo que ante el lienzo en blanco: no se me ocurría nada. A mayor empeño, mayor ofuscación. Se lo expliqué una mañana que, como de costumbre, caminábamos cogidos de la mano: ¿Qué vamos a decirnos? Me siento feliz así, respondió ella.
(...)
Una voz misteriosa me soplaba la lección entonces y yo atribuía a los ángeles, pero ahora advertía que no eran los ángeles sino ella; su fe me fecundaba por que la energía creadora era de alguna manera transmisible ¿De quién me compadecía entonces, de ella o de mí?. "

lunes, 21 de mayo de 2007

Rosas

¿Habrá un después? Preguntaste.
Sonreí sin contestar, mientras me perdía entre las mesas de los libros.
Tu mirada se enredó en mi espalda.
Cuando comprendí que estaba leyendo un libro de cocina, escuché tu risa, sentí tus manos en mi cintura.
¿Habrá un después? Repetiste.
Dejé el libro sobre la mesa. Acepté el abrazo. Tu boca en mi cuello no me molestó.
Habrá. Dije bajito, mirándote de frente.
Fuimos a tu casa. Te ayudé a cocinar. Me regalaste la luna pero te dije que ya tenía varias, me faltan flores, comenté.
Hoy la oficina se llenó de rosas.
Hoy, no sé si es después.
Solo sé que sonrío.
Que tu voz llega del otro lado del teléfono.
Que las rosas llevan el perfume de tu voz.

miércoles, 16 de mayo de 2007

Dolores

Ayer me dolió el corazón. No fue ese tipo de dolor que puedo exorcizar con palabras, cuando algún recuerdo se instala en el centro del pecho y se declara autónomo de mi cabeza. No. Fue otro tipo de dolor. Uno nuevo.
Mientras estaba haciendo un trabajo con una compañera en la oficina. Ella se rió. Lo único que te falta es que te agarre un infarto. También reí. Sí, justo cuando estoy trabajando, le dije.
El dolor seguía, pero no me puedo morir en la oficina, pensé y, no. No me morí.
Fue un dolor ajeno. Un dolor con otro dueño.
Iba y venía. Un puntada desconocida se instaló sin permiso en mi corazón la tarde de ayer.
Se fue sin aviso. No duró mucho. En el subte ya me había abandonado y no regresó en el gimnasio.
Hoy no me visitó, pero no puedo evitar pensar si algo me quiso decir, si algo no pude vislumbrar.
Un aviso, un roce, una señal para vivir más ligera. Para no cargar culpas, para hablar, pensar de otra manera.
No sé. Nunca sé bien que decir cuando recuerdo un dolor que no lleva mi nombre.

viernes, 11 de mayo de 2007

Quiero.

Quiero que regreses, todo.
Original, sin simulacro.

Que vuelvas insolente,
Amor.
Sin falsedad, absoluto.

Y me habites

martes, 8 de mayo de 2007

¿Qué hice?

El pregunta: ¿Qué hice?, levanta sus ojos de lagarto y se queda mirando el techo.
Todo debe tener un sentido, una razón, un culpable.
No puede mirar hacia arriba porque sí. Menos porque no.
Pregunta ¿Qué hice?, mira las alturas.
Sus alturas terminan en el techo del comedor.
Tiene una marchita forma de vivir. Su única diversión la encuentra en la cama, cuando duerme. Y, en lugar de reírse de su suerte de cigarrillo aplastado por el subte de la Línea B. ¡No!
Se empeña en romper su puño contra paredes que lo ignoran.
Su mujer le propuso, mientras esperaba ser atendido por el traumatólogo, que la próxima vez lo intentara con la cabeza.
Pero no escucha. Insiste en su pregunta: ¿Qué hice?
Por más que le digan que los cielorrasos no contestan preguntas, el sigue elevando los ojos a cielos tan estrechos como su capacidad de afecto.

Lo dejó sentado en el sillón de pana verde. El brazo enyesado, así lo conoció. Con sus ojos de lagarto y la pregunta repetida.
Alguna vez le gritó olvidos que ni recordaba.
Las ganas de perforarle los tímpanos con clavos oxidados eclipsaron con su paciencia.
Ya no quiere estrellarlo contra un muro de alacranes, ni bailar ocho malambos sobre su hígado. No.
Solo cerrar la puerta. Dejarlo atrás.
Vomitar su recuerdo en el baño de damas de algún velorio.
Comenzar sin cara de horóscopo tortuoso un a nueva historia sin histerias.

jueves, 3 de mayo de 2007

Monotema.

Me pregunto qué sentido tiene esa búsqueda de palabras, de ternura. Si, en definitiva, lo único que no nos abandona es nuestra sombra.
No quiero hablar de amor pero, patéticamente, estoy hablando de amor.
Del amor perdido, si quieren.
Amor que no busqué, que creí un milagro.
Amor que se desvanece y me deja esta mezcla de rabia y dolor.
Me deja la evidencia del error; la culpa de no haber sido fiel a mis instintos.
Entonces, vuelven días repetidos.
Días de mirar con desconfianza, de no registrar voces, de pasar de largo y el mismo juego inútil: finjo interesarme en lo que no me importa. Me esfuerzo por naturaleza o por cansancio.
Sin involucrarme ando por la vida.
Lo que me seduce está en otro lado y ese otro lado no sé que es.