lunes, 28 de enero de 2008

Volver a Punta del Este





En algún lugar, por ahí arriba, voy a estar. Me voy. Me fui.



Mi amiga me abre las puertas de su casa. Tenemos mucho que contarnos. Hace un año nos despedimos y nos prometimos volver. Vuelvo.



Vuelvo al mar.








jueves, 24 de enero de 2008

Intento

Hoy tengo una tristeza desvergonzada, se burla de mis fervores de olvido. Me trae sonrisas de antes, me crucifica con caricias pasadas. Me cuesta resistir en estos días, perderme en la ciudad donde nadie me espera no tiene gracia. “Nadie te recuerda”. La amante de las dudas abolida por una certeza que gritan los carteles de la calle Corrientes. En la veredita de La Paz, en la publicidad de Los Inmortales: “Nadie te recuerda”. ¿Para qué querés que te recuerden? Pero mi tristeza desvergonzada no deja que aparezcan preguntas más o menos lúcidas. Es así, tira y tira del piolín de la nostalgia. No me sienta bien esta melancolía; por eso intento exorcizarla dejándola acá, atrapada en palabras. Quedate acá tristeza, no me sigas.
Andate lejos, cuidame de vos.

lunes, 21 de enero de 2008

315

Trescientos quince escalones. Cada escalón me elevaba.
Trescientas quince despedidas. Repetí “nunca más” trescientas quince veces.
Trescientos quince ó trescientas quince sin importar época, género, dolor o alegría.
Llegar con aire y sin rencores. Llegar más despacio, pero llegar igual.
Él me esperaba en la reposera, ajeno a mis estúpidos juegos.
Lo bueno que tiene es que no pregunta porque sonrío.

martes, 15 de enero de 2008

Como quisieras...

Viajero incansable de bondades. Constructor de mi credibilidad. Señor de mis mañanas. Me desnudo de palabras, ensayo un alfabeto de caricias que solo Ud. comprenderá; idioma oculto entre los idiomas, casi secreto, casi verdadero amor.
Cómplices en cada encuentro, locos de Buenos Aires sin hospicio que nos enjaule; hacedores de posibles, responsables del incendio por mirarnos.

Sé como quisieras tenerme.

martes, 8 de enero de 2008

Razones

No tenía razones para despreciarlos. Me solidarizaba con sus realidades, alguna vez los ayudé y estaba pensando entregarles una pila de ropa usada pero en buenas condiciones cuando decidiera armarme de ganas para arreglar el placard.
Ayer, por la noche, las razones me dieron un cachetazo: asaltaron a mi hija a cuatro cuadras de mi casa. Cartoneros. Le robaron el celular y algo de dinero. La amenazaron con un cuchillo, le lastimaron el hombro. Ella está bien. Con mucha bronca pero bien. No es mi caso. Todos los miedos se hicieron presentes en mi. Todos. Un segundo puede destrozarnos y nadie vio nada; nadie sabe nada.
Mientras estaba lavando los platos, a cuatro cuadras, asaltaban a mi hija. Ninguna señal de alerta interna. Ninguna sospecha.
Y los cartoneros hoy pasarán por la puerta de mi casa. Como si nada. Después de haber robado a otra persona, quizá. Y mi pregunta es la pregunta de mucho más que dos: ¿Hasta cuándo?

miércoles, 2 de enero de 2008

Las sandalias mágicas.

El 31 de diciembre quedará en mi historia personal como la noche que resistimos a morir deshidratados mi amiga Alex, su familia y yo. El clima era insufrible porque, sospecho, la sensación térmica marcaba cuarenta grados. Nada nos importaba porque estábamos juntos y entre otras cosas, intentábamos liberar a la muñeca que ligó Zoe (la hijita de mi amiga) porque MamaNuel existe para ella. Claro que esta MamaNuel no se fijó que la muñeca estaba embalada por oblicuos que como cuentan con su famosa paz oriental se olvidan que los occidentales carecemos de ella. En realidad, yo carezco de ella. Por eso, cuando Alex observó que estaba a punto de revolear la muñeca por el balcón, vino rápida con una tijera y después de un lapso más o menos digno, la muñeca salió de su caja para felicidad de Zoe y tranquilidad de la que escribe. Después vino sacar el papel que cubría un brillito para labios, eso me costó una uña y algo así como un rosario de puteadas. Creo que fue la madre de Alex quien se llevó el premio por sacar el protector y ahí sí: muñeca, brillito, cartera y cepillo estaban en manos de Zoe para ser desintegrados en el correr del 2008.
G. (marido de Alex) musicalizó el momento y nos sentamos alegremente a cenar. Cuando todos estábamos alrededor de la mesa, con la brisa del ventilador (que permitía que la vida tuviera un sentido), la comida y los brebajes, chusmeando y masticando en honor del año que nos abandonaba: la oscuridad. Escuché un grito. “¡No nos pueden hacer esto en Año nuevo!”. Pudieron.
La luz dejó de iluminar. El ventilador dejó de funcionar. La puteada fue mía.
Digan que mi amiga encontró velas, imagino si este corte hubiera ocurrido en mi casa, las estaría buscando todavía. Y así, con velas y una temperatura de doscientos grados nos largamos a la aventura de despedir el 2007. Nada ni nadie, (ni Edenor) nos iba a sacar la alegría. Imaginamos estar en un sauna. Alex rescató un abanico, se recogió el cabello y reíte de la Maja Vestida. A esta altura, G, madre de Alex y yo nos abanicábamos con revistas varias, anque con la guía telefónica. La única que no perdía la actitud positiva era Zoe. Decidimos salir al balcón para comprobar que hacía más calor fuera. La madre de mi amiga decidió enfrentar el problema de una forma acorde a la situación que estábamos padeciendo: se puso a rezar con Zoe en la falda. “Dale, ustedes que tienen línea directa hablen con el barbudo”, les imploraba yo, al borde de la deshidratación total pero convencida que como todo en la vida se reduce a eliminar toxinas, esto que nos sucedía era algo así como una bendición porque no engordaríamos un gramo. Así, que nos fimos a comer la mousse de chocolate sin culpa. Una frutilla del postre cayó sobre el regazo de Alex y solo atinó a decir: “la que faltaba la frutilla en el pantalón”. Y sí, cuando algo puede empeorar, empeora. Pero, repito, ni Edenor, ni el calor, ni la deshidratación pudieron con nosotros. Al rato, y al borde de alucinaciones, nos sentamos en los sillones del living. Tuvimos que apagar algunas velas porque las que estaban encendidas eran las únicas, así que comenzamos a racionar. Mientras tanto descorchábamos champagne porque si la oscuridad seguía, nos iba a encontrar el amanecer mamados pero nunca sometidos.
Alex, mira sus sandalias. Las sandalias la miran a Alex. “Me las saqué antes que cortaran la luz” dijo. Le exigimos que se vuelva a calzar, porque ya que el realismo mágico nació cerca por ahí nos rozaba esta noche.
A los cinco minutos la luz regresó. De más está decir que no se las volvió a sacar en toda la noche y pudimos brindar mandando el 2007 al reverendísimo carajo entre risas y aplausos.

Estamos pensando, seriamente, en comunicar el milagro al Vaticano.