lunes, 28 de julio de 2008

Apunte

¿Dónde está la gente que busco? Pregunta y vuelve a preguntar. No hay respuestas. Voces que parecen gritos algunas noches lo acompañan antes de dormir. Cada sábado es una repetición, un calco del aburrimiento, un simulacro de lo que pudo haber sido y no fue. Apuntes de una milonga triste que se le va por las ramas, pegando contra ventanales, tropezando con traiciones calculadas y golpeando bajo en soledades.

Apuntes de una milonga triste que no encuentra voz que la cante ni melodía que la cobije.




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jueves, 24 de julio de 2008

Existe un bar...

Algunas cosas las hago a pesar de saber que está mal hacerlas pero, me provocan. Yo suelo ser una persona tranquila y respetuosa cuando ando sola por la calle, lo aclaro porque mi comportamiento en patota difiere. Soy muy respetuosa cuando decido sentarme en la mesa de un bar en la vereda a leer un libro, en este caso el libro elegido fue el de Carolina Aguirre “Bestiaria” http://bestiaria.blogspot.com/, digamos que no me importó que demoraran en atenderme porque estaba riéndome con el “Prólogo masculino” que escribió Hernán Casciari y después seguí riéndome con Carolina. Cuando el mozo se dignó a llevarse mi pedido tampoco me importó que demorara en traerlo porque yo seguía zambullida en la lectura. La cosa se complicó cuando intenté pagar porque el supuesto caballero que me atendió desapareció de la faz de la tierra. Me revienta estar sentada en la calle y mirar hacia el interior del bar con cara dedóndecarajosemetióelmozo y que nadie , otro mozo, el cajero quizá, se digne a buscar al compañero para así cumplir con mi deber de abonar lo consumido. Nada. El tipo no aparecía. Le hice señas a otro mozo que estaba muy entretenido hablando con un cliente y me dijo con cara de pocos amigos que ya le iba a avisar. El tiempo insiste en pasar, a mi me esperaban en otro lugar y detesto llegar tarde por estupideces. Volví a buscar al inútil y nada. Entonces una vocecita en mi cabeza sugirió: “hacele un paga dios”. Fue escucharla y levantarme. Me colgué la cartera, me aferré del libro como escudo, busqué por última vez al mosaico y me fui caminando. “Si me pegan un grito, grito más y les salgo con que es una falta de respeto; qué vergüenza les debiera dar atender así a los clientes…”, repetí esa oración cual mantra. El grito no llegó, crucé la calle y con mi dignidad habitual, detuve un taxi que me alejó del lugar.
Existe un bar en Buenos Aires al cual no podré ir por un tiempo.
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viernes, 18 de julio de 2008

Hernán Casciari

Te encontrás con dos tipos de cara cuando entrás a una librería y pedís el libro de Hernán Casciari. Cara de pelotudo importante o cara de cómplice.


- Tenés “España, decí alpiste” de Hernán Casciari???

- ¿Eh? (Aquí inserte la cara de pelotudo importante)

- De Editorial Sudamericana. El último libro de Casciari. (Lo digo buscando la salida con la mirada)

- MmmNnnno…

- Bueno, lo tenés que pedir entonces. Chau.




En Distal Libros, de Caballito, encuentro al cómplice.

- ¿Tenés “España, dec….. (No me deja terminar de hablar y casi con cara de felicidad señala la pila de libros)

- Listo. Me lo llevo.


Cuando tenga nietos, les diré casi con orgullo que fui testigo del regreso de Hernán y que lo escuché en primera fila. Más información, pasen, lean y vean: http://orsai.es/


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viernes, 11 de julio de 2008

Mi Gurú.

Ya saben, tengo una Gurú. Cuando la vida me alcanza y el futuro que tanto me preocupaba me toca la espalda (otras partes de mi cuerpo, también) y me avisa que ya llegó, voy corriendo a mi biblioteca y saco un libro de Gabriela Acher. Ella es mi compañera en estos días. La llevo a todas partes porque mi analista decidió viajar a Paquistán y reunirse con los Talibanes antes de aguantar mis estados de ánimo un tanto cambiantes por el arribo a mi vida de la pre menopausia.

Los dejo con mi Gurú. Yo me voy a deprimir. Hasta que no pierda los cinco kilos, no vuelvo.

“Un día te levantás y te volvés a acostar inmediatamente.
Se acabó, la vida no tiene sentido, no tenés fuerzas para seguir, te sentís un gusano.
Estás segura que si vas a hacer un casting para Metamorfosis –la película sobre los insectos- no te dan el papel porque querían un gusano alegre.
No salís a la calle, no te arreglás, no te vestís, todo es oscuro, la vida no vale la pena.
(Mi amiga Lucía me cuenta que se pasó tres meses llorando sin parar, pero no se preocupó realmente hasta que se dio cuenta de que lloraba con las películas cómicas. Pero no con las de Porcel, con ésas lloraba antes de la menopausia… ¡Con las de Woody Allen!)
Pasás así un tiempo hasta que alguien te dice que eso es hormonal, que cuando baja el nivel de hormonas en el organismo puede aparecer una depresión; entonces vas al ginecólogo, te receta un suplemento de hormonas y te recuperás rápidamente.
Otra vez el color, la vida tenía sentido, qué boluda, como sufrí al pedo.
Al otro día te levantás y te pesás.
¡Bajaste cinco kilos!
Esos cinco kilos pertinaces que les sobran a todas las mujeres, y que a vos –como a todas- te han obsesionado desde que tenés uso de razón, esos cinco kilos que eran tu enemigo declarado, que habían resistido estoicamente los embates de todas las dietas, de todos los masajes, de todos los aparatos, de todos los sistemas para adelgazar, esos cinco kilos que te separaban de la felicidad… se los llevó la depresión.
¡Es la única dieta!... Te lo aseguro.
La angustia no, ésa engorda horriblemente.
Pero una buena depresión… de esas que no te pasa ni el aire… ¡es perfecta!
Dura.
Pero infalible.”


Del libro de Gabriela Acher “El amor en los tiempos del colesterol”


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martes, 8 de julio de 2008

Rata

Busca los guantes de goma, la bolsa de residuos, alguna culpa. Encuentra los guantes y la bolsa; la culpa no aparece.

Se aburrió del ritual. De escucharse. De llorar. De esos ojos diminutos que le hicieron confesar sus temores para liberarlos y encontrarse con esta que busca en la cocina guantes de goma y bolsas de plástico.

Tres meses alcanzaron para decirlo todo, para resumir siete años, para no justificarse. Los ojos parecían comprender. La mujer los aceptó sin asco ni miedo, se parecían a los ojos que tanto supo querer y la traicionaron. Hablaba con ellos como no pudo hablar con los otros, con los queridos, con los traicioneros. Lo dijo todo, se quedó sin palabras, sin insultos, sin deseo. Entonces llegó la hora de borrar, también, esos ojos nocturnos. Dejó el veneno y cerró la puerta.

No siente nada. La toma de la cola y la envuelve en el plástico, la entierra en el fondo. “Una rata menos” piensa. “Tengo que comprar otros guantes”.

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jueves, 3 de julio de 2008

Trámite inútil

- ¿El amor de mi vida?

- ¿Preguntó en la oficina de usados?

- Me mandaron acá.

- Todo lo mandan a la oficina de objetos perdidos. ¿Cómo era el amor de su vida?

- Único.

- Sí, claro. Todas dicen lo mismo. Acá tengo varios amores de la vida de otra, ¿quiere revisar?

- No, gracias. ¿Considera que encontraré al mío en otro momento?

- Lo dudo.


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