martes, 8 de julio de 2008

Rata

Busca los guantes de goma, la bolsa de residuos, alguna culpa. Encuentra los guantes y la bolsa; la culpa no aparece.

Se aburrió del ritual. De escucharse. De llorar. De esos ojos diminutos que le hicieron confesar sus temores para liberarlos y encontrarse con esta que busca en la cocina guantes de goma y bolsas de plástico.

Tres meses alcanzaron para decirlo todo, para resumir siete años, para no justificarse. Los ojos parecían comprender. La mujer los aceptó sin asco ni miedo, se parecían a los ojos que tanto supo querer y la traicionaron. Hablaba con ellos como no pudo hablar con los otros, con los queridos, con los traicioneros. Lo dijo todo, se quedó sin palabras, sin insultos, sin deseo. Entonces llegó la hora de borrar, también, esos ojos nocturnos. Dejó el veneno y cerró la puerta.

No siente nada. La toma de la cola y la envuelve en el plástico, la entierra en el fondo. “Una rata menos” piensa. “Tengo que comprar otros guantes”.

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