Algunas cosas las hago a pesar de saber que está mal hacerlas pero, me provocan. Yo suelo ser una persona tranquila y respetuosa cuando ando sola por la calle, lo aclaro porque mi comportamiento en patota difiere. Soy muy respetuosa cuando decido sentarme en la mesa de un bar en la vereda a leer un libro, en este caso el libro elegido fue el de Carolina Aguirre “Bestiaria” http://bestiaria.blogspot.com/, digamos que no me importó que demoraran en atenderme porque estaba riéndome con el “Prólogo masculino” que escribió Hernán Casciari y después seguí riéndome con Carolina. Cuando el mozo se dignó a llevarse mi pedido tampoco me importó que demorara en traerlo porque yo seguía zambullida en la lectura. La cosa se complicó cuando intenté pagar porque el supuesto caballero que me atendió desapareció de la faz de la tierra. Me revienta estar sentada en la calle y mirar hacia el interior del bar con cara dedóndecarajosemetióelmozo y que nadie , otro mozo, el cajero quizá, se digne a buscar al compañero para así cumplir con mi deber de abonar lo consumido. Nada. El tipo no aparecía. Le hice señas a otro mozo que estaba muy entretenido hablando con un cliente y me dijo con cara de pocos amigos que ya le iba a avisar. El tiempo insiste en pasar, a mi me esperaban en otro lugar y detesto llegar tarde por estupideces. Volví a buscar al inútil y nada. Entonces una vocecita en mi cabeza sugirió: “hacele un paga dios”. Fue escucharla y levantarme. Me colgué la cartera, me aferré del libro como escudo, busqué por última vez al mosaico y me fui caminando. “Si me pegan un grito, grito más y les salgo con que es una falta de respeto; qué vergüenza les debiera dar atender así a los clientes…”, repetí esa oración cual mantra. El grito no llegó, crucé la calle y con mi dignidad habitual, detuve un taxi que me alejó del lugar.
Existe un bar en Buenos Aires al cual no podré ir por un tiempo.
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