lunes, 29 de octubre de 2007

Elecciones 2007

Ayer Flopo votó por primera vez. No sacamos fotos de la ceremonia pero baste saber que en la mesa 314 del colegio sito en la calle La Fuente y Tandil (Capital Federal), mi nena, debutó como ciudadana.

Como madre argentina que soy, acompañé a mi heredera que iba rezongando y preguntándose porque un amigo de ella que es más grande no está empadronado y ella sí. “Porque tu amigo no existe y vos sí”, le dije para seguir sumando a la lista de gansadas que suelo responder cuando me hace preguntas pelotudas.

Llegamos al establecimiento y, el tufo a ser humano mugriento casi me descompone. No sé porque no multan a los roñosos. No tenía un sahumerio a mano, de haberlo tenido juro que lo encendía. Otra cosa que me llamó la atención es ver como los lugares donde votan los candidatos están recién pintados y casi parecen lugares confortables. El colegio que le tocó a Flopo, se caía a pedazos. Seguro que si dentro de unos años, mi hija es candidata, lo arreglan.

Un tipo gritaba como un loco porque no lo dejaban votar. “¡Sos un pelotudo!!!” vociferaba contra el presidente de mesa. “Estas cosas solo me pasan a mi”, se quejaba buscando la solidaridad de aquellos que no tenían el placer de compartir la fila. “Con éste documento voté en la elecciones anteriores, idiota, cómo me decís que ahora no puedo???”. No sé si pudo, lo dejamos atrás buscando la mesa que nos correspondía en el primer piso que, para variar, era la que tenía más personas. Un pasillo sin ventilación, con gordas cargando bolsas de supermercado y madres que llevaban a sus hijitos para torturarlos y torturar al prójimo. Cuando faltaban ocho ciudadanas, la nena me dice: “Me siento mal”. “Dejate de joder, Flopo, falta poco” Le dije con el instinto maternal que me caracteriza. “Me siento mal, voy al baño” Y se fue. Siempre hizo lo que quiso, desde chiquita. La vieja que estaba detrás le comenta (sin que nadie pregunte) que el baño está abajo. Una de las cosas que siempre hace, también, es no darle pelota a viejas extrañas porque el baño estaba a dos metros. Cuando faltaba una señora, la veo salir con la cabeza mojada. “Ya está” me dice, y sí, ya estaba. Resistimos el tufo, el calor insoportable, (estuve a punto de descomponerme también, de puro solidaria, pero no pude). Es increíble las cosas que me aguanto cuando quiero alejarme de un lugar.

Cuando la pobre mina que recibe el documento de Flopo lo lee, pregunta: "¿Es la primera vez que votás? Ahhhhhhhh, bueno, cuando salgas te aplaudimos". Y así fue, cuando sale del cuarto oscuro, todo el mundo aplaudió a mi hija por ser su primera vez. Es mi deber de madre no decir que dijo la nena ante los aplausos.

La nena votó. Carajo, la nena está dejando de ser nena. Un cóctel de Nervo Calm, por favor. Sí, con hielo. Gracias.

jueves, 18 de octubre de 2007

Mónica

Mi credibilidad cuando quiero a una persona roza los límites de la pelotudez. Soy capaz de sostener que existen mamíferos pelados si alguien querido me lo dice; no es que no los cuestione y entre charla y mate le comente: recuerdo haber estudiado en mi tierna infancia que los mamíferos son los únicos animales con pelo y todas las especies, en mayor o menor medida lo tienen, mirá que sé que los delfines no tienen pelo pero mi señorita me explicó que lo perdieron por su adaptación al medio acuático, pero si el ser querido niega aquello que la señorita de quinto enseñó, aunque la Enciclopedia Británica le de a ella la razón, yo sostengo lo que dice el objeto de mi cariño. Paso por ignorante, claro. Por boluda, también.
Acá entra Mónica, una amiga que tuve entre los 14 y 18 años. En ese tiempo comprendí que en mis afectos existe un Triángulo de las Bermudas; cuando me engañan o me traicionan desaparecen en una zona que, si bien durante los primeros meses puede confundirse con desolación y tristeza, terminan acomodándose en una zona llamada desprecio. Aparecen cada tanto, como la serie “Los 4.400”, no provocan nada en mi, con excepción de algún relato, por ejemplo éste:

Mónica era bonita, se parecía a Graciela Alfano cuando era linda, cantaba muy bien, era divertida y sabía ser dulce con los energúmenos que nos revoloteaban por aquellos años.
Siempre tuvo novio. Yo le conocí cuatro en los cuatro años que duró mi afecto, no es un gran número, sucede que ninguna de nosotras, (me refiero a mis otras amigas), lográbamos tener uno porque Mónica afirmaba ser virgen y si Mónica podía tener novioS que la respetaran (teníamos un tanto confundido el término “respeto”), nosotras no íbamos a ser menos.
Así, con esa terquedad de creer más en Mónica que en mis hormonas, casi le corto la mano a un novio que me padeció dos semanas, porque intentó rozar una de mis inmaculadas tetas y a otro porque se atrevió a pedir “la prueba de amor”.
¡La prueba de amor, a mi!!! ¡Pervertido!!! ¡Sucio!!! ¡Atorrante!!! Gritaba como una loca, mientras Mónica se limaba las uñas y mis otras amigas estaban más horrorizadas que yo.
¿Por quién nos toman??? Gritaba Silvia, (porque quien le hacía algo a alguna, se lo hacía a todas). ¿Te quiere coger? Preguntaba Susana, desde su lenguaje poético. ¡Qué suerte que tenés, Moni!!!, murmuraba Alejandra, mientras masticaba la décima medialuna. ¡Nos tocan todos degenerados, che!, se lamentaba Graciela, intentado embocar la púa del Winco en “El tuerto y los ciegos” de Sui Generis.
Mónica no decía nada, es decir, decía pelotudeces, mientras se acomodaba la toca y me pasaba un pañuelo porque yo estaba llorando, tirada en mi cama, preguntando entre sollozos porque nos tomaban por putttttas. (Sí, marcaba la “t” con un énfasis extremo).

Un domingo, en Pinar de Rocha, un amigo que después se transformó en mi primer ex marido, me dice: ¿Mónica virgen??? Dejate de joder, nena… ¿sos su amiga o qué???
Allí comprendí lo que es ser un “o qué” de carne y hueso.

Cuando encaré a mi “o qué”, me abrazó, me juró que me lo iba a decir, que se sentía culpable, que temía ser incomprendida, que no era una atorranta, que no lo hizo para hacernos mal…

Y no, claro que no fue una atorranta, ni una puta, ni nada similar, fue una perfecta mentirosa. No la pude perdonar. Ya no podía confiar en ella; no quise volver a verla y, si hoy la saco del Triángulo de las Bermudas es a pedido de un amigo que, cuando le conté la historia se mató de risa y después me dijo: fuiste demasiado dura con Moni. Ustedes, ¿qué opinan???

viernes, 12 de octubre de 2007

Cosas simples

Estoy durmiendo con un camisón que era de mi vieja. Anoche al sacarlo debajo de mi almohada, descubro que está zurcido cerca del dobladillo. Esas puntadas dadas por su mano que ya no existe las sentí como una caricia que tuve que retribuir.
Ella no conoció mi casa. No tenía ganas, no tenía tiempo, no insistí demasiado. La creí eterna y mientras lo creí, fue verdad.
Acaricié una por una las puntadas, no tuve ganas de llorar. Sonreí y dejé que el viejo camisón me abrigara.
Hay ausencias que nos marcan, que nos dictan verdades simples, y nos recuerdan que aquellos que nos quisieron bien son incapaces de hacernos llorar.

jueves, 4 de octubre de 2007

Mi hermano.

¿Por qué tener un hermano mayor muchas veces se parece a tener un hermano menor, muy menor, demasiado menor???

Hace dos semanas que no funciona su teléfono. No tiene celular, ni correo electrónico. Trabaja esporádicamente. Vive sólo en la casa que era de mis viejos, en Mataderos. El perro y los gatos que comparten su hogar, dulce hogar, todavía no aprendieron a escribir ni hablar, con lo cual, si algo le pasa no tengo forma de enterarme. Algo pasó. Me enteré ayer que lo fui a ver. Nada grave, un severo ataque de hígado por el cual estuvo internado un día. Yo ni me enteré.

¿Para qué te voy a molestar?, me dijo. En principio, le contesté, para que no tengas que comprar una puerta nueva, porque te aviso, la hago tirar abajo, es más estuve a punto de tirarla abajo recién, porque dejás la llave en la cerradura, tardás veinte minutos para gritar desde la terraza ¿Quieeeeeeeeén es? y no soy, todavía, un fantasma experto en atravesar puertas.
Me abrazó y se disculpó. Casi se pone a llorar el retardado.

Volví a mi casa con la sensación de haber olvidado algo. Asesinarlo, por ejemplo. Eso sí, dormí tranquila después de comprobar que mi hermano goza de buena salud.

Recién me llamó. Acaban de arreglar el teléfono. Sospecho que todos los vecinos volvieron locos al 112 de Telefónica para solucionar el problema y no tener que bancarse, nunca más, los timbrazos y los brutos golpes con los cuales alerté al barrio que “el nene” estaba incomunicado.