martes, 19 de junio de 2007

Confusión.

Confundirlo todo. Levantar imágenes. Apostar a un mañana. Saber que me engaño. Despreciar mi intuición. Burlarme de relojes. Negar el sol. Jugar a ser eterna. Creer que existe el amor. Decretar falsas las calas verdaderas y la falsedad tomarla por verdad. Confundirme hasta fundirme.
No quería esta soledad, no. No la quería pero de tanto no quererla, de tanto estar conmigo, de tanto acompañarme domingos y navidades, esta soledad se hizo amiga.
Deberé estar entera. Me impondré el ritual de defenderla. Defender mi compañera y, por fin, ser solitaria.
Confusión cambié la cerradura de mis almas. Cambié ruta y destino. Ya sé que estos cambios no se anuncian, pero te aviso. Estás advertida.

lunes, 18 de junio de 2007

Respuestas.

Noté su mirada.
Lo ignoré.
Pensé que el aburrimiento le provocaba ése mirar.
Decidí jugar. Esconderme, descubrir que me buscaba.
Me buscó, entre toda la gente, me encontró.
Entonces sonreí.
Él no. Me siguió mirando.
Tenía ese tipo de mirada en las cuales uno dice: Sí, soy culpable.
Gris pero con un azul profundo detrás.
Gris, con algo de tristeza.
Mía, la tristeza era mía. Él nada sabe de tristezas.
Azul, ése azul donde guardo mis recuerdos.
Me miraba.
Respondí a su mirada y cerré los ojos.
También los cerró cuando abrí los míos.
Nos mirábamos y era como si siempre lo hubiéramos hecho.
Cierro mis ojos. Él responde.
Después se enciende y vuelve a mirarme.
Sonrío.
Ella también lo hace.
Se bajan en Plaza Flores.
Su madre me saluda al bajar; él sigue mirándome sobre su hombro.
Me despido.
Él sigue mirando, lo saludo con mi mano.
Me saludan desde la plaza.
El colectivo nos aleja pero, esos ojos...
Los ojos del hijo de ésa madre, se llevaron respuestas que, sólo a ellos,
hubiera podido responder.

martes, 5 de junio de 2007

¿Será cierto?

Están convencidos. Los ha unido un sentimiento fulminante. Hermosa seguridad pero, sigo sosteniendo, la inseguridad lo es más. Como antes no se conocían, deducen que nada había sucedido entre ellos.

¿Dónde dejan las calles, los bares, los cines, los ascensores, las escaleras en los que, hace tiempo, podrían haberse cruzado?

De nada vale preguntar si no recuerdan haber filtrado sus miradas en el subte; o algún “buenos días” al entrar en un banco; o reconocer en sus voces las palabras escritas en algún lugar de Internet. Conozco la respuesta: no recuerdan.

Sin embargo, la casualidad, hace tiempo juega con ellos. Una casualidad desordenada, no apta (todavía) para mudarse a sus destinos, los acercaba y alejaba. Mezclaba los caminos y, riéndose a carcajadas, los piqueteaba.

Hubo señales pero no eran comprensibles. ¿No miraron la luna a la misma hora hace dos años o, incluso, el último miércoles?

Hubo algo olvidado y vigente. El cordón de una vereda, las medias caídas de la infancia; los libros bajo el brazo (como una clave) en la adolescencia.

Hubo puertas que cruzaron a destiempo; ventanas desde las que vieron lo mismo. Alguna noche un mismo sueño, negado al despertar.

¿Será cierto que todo inicio es continuación y el libro llamado destino se encuentra, maravillosamente, abierto por la mitad?

lunes, 4 de junio de 2007

La cantina del muelle.

Resulta que uno encuentra un lugar acá, al lado, (en Internet todo está al lado), lo encuentra y siente el ruido del mar, camina sobre arena a pesar de tener una alfombra gris bajo lo pies, se recuesta en una hamaca paraguaya cuando tiene fiaca, o se pone a estudiar cerca del muelle.
Resulta que siente el calor del sol y la sombra de las palmeras nos protegen.
Había una cantina así, acá, al lado.
Llegar era una fiesta y más de una noche escuchamos confesiones y terminábamos todos abrazados riéndonos o, simplemente, caminado por la orilla de regreso a casa.
El menú era de los mejores, “cocina de autor” le dicen ahora, pero su dueño, también, cocinaba palabras y las sacaba a punto del horno; nos regalaba “Negronis”, además de tener la única colección auténtica de pingüinos que sabía llenar con buenos tintos o blancos, según el plato o la ocasión.
Bebimos champagne, comimos “gambas al ajillo”; nos enseñó a preparar licores y tiraba consignas cuando nos acomodábamos en las mesas recomenzando diálogos y todos éramos amigos de todos.
Hoy pasé a desayunar y la cantina pedía un pase.
Pensé que, de ahora en más, seríamos sus clientes “VIP” (uno siempre quiere ser VIP para los amigos).
Me equivoqué.
Parece que la cantina cerró y, no por reformas. Parece que quebró. Que también las palabras generan gastos y obligaciones. Parece que ya no es lo que parece porque caminar por el muelle y ver las puertas cerradas, lastima. Ya no me produce placer sentarme bajo las palmeras y, ni el mar puede comprender la ausencia.
Tengo el martillo bolita pero no quiero lastimar sus paredes. Hay decisiones que debo respetar aunque me atraganto con preguntas.
Era mejor atragantarme de la risa.
Era mejor cuando, acá, (al lado), planificábamos viajes en globo entre capuchinos y medias lunas.
Sí, era mejor cuando Zorgin nos recibía, cuando Paco sonreía.