lunes, 30 de octubre de 2006

Fantasma

¿Qué es un fantasma?, me preguntó y sin dejarme responder, continuó: Un evento terrible condenado a suceder una y otra vez. Un instante de dolor quizá. Algo muerto, que parece por momentos vivo aun. Un sentimiento suspendido en el tiempo, como una fotografía borrosa, como un insecto atrapado en ámbar. Un fantasma, eso soy yo.

Cuando mi amigo, apagó el cigarrillo yo me apuré de decir, con el diccionario abierto sobre el viejo escritorio:

Mirá los que dicen los que dicen saber: “Fantasma: visión imaginaria. Espectro. Espantajo” y, antes que pudiera responder, continué: tal vez sólo lleguemos a eso, a ser visiones imaginarias en un mundo cada vez más ausente de imaginación. Condenados sin juicio. Crucificados sin cruz. Caminantes sin camino. Pero algo muerto, NO, todavía algo muerto, NO. Espero que nos falten estrellas que mirar, horizontes que alcanzar. Palabras que nos alumbren, miradas en las que podamos creer. Espero que estas ausencias que cargamos no roben nuestra luz, no se lleven nuestras ganas. Espero que todavía esperemos ese algo que no tiene nombre y nos transforme en mucho más que fotografías borrosas.

Para Ustedes ¿Qué es un fantasma?

lunes, 23 de octubre de 2006

Empecinadas

Cuando vienen, no las espero. Me hacen preguntas, insisten con el ¿por qué?
Están indignadas. No se llevan bien con lo opaco, no saben perdonar mentiras absurdas. No las enternece el dolor encubierto. Ni los saludos desde un mar que le negaron.
No quiero que se queden, pero giran dentro de mi cabeza. Me despiertan en plena noche, insisten con perfumes del pasado y risas iluminadas con luz de vela.
Regresan sin que las regrese. Esperan respuestas que ignoro. Quizá sean la salida de mi laberinto. Quizá buscan razón en lo vivido. Pero no alcanza, les digo, no alcanza lo que he sido, tampoco el hilo. No alcanza y no existe salida a tanta confusión.
Ellas vienen siempre acompañadas con dolor. Me duele cada mirada, cada paso, cada aclaración. Me duele regar las plantas. Mirar hacia la esquina. Me duelen los pasos perdidos, mi sombra solitaria, mi risa clausurada.
Vienen empecinadas, enfurecidas, buscan respuestas que no puedo dar y me dejan sin fuerza, se llevan mis ganas, mi equilibrio, mi cautela.
Entonces me encierro, se aburren, se sienten incómodas entre los restos de la que fui desparramados por la casa, barriendo rincones, podando fracasos, quemando promesas.
Las veo irse una por una. No dejan rastros pero juran regresar.
Quizá algún día pueda hilvanarlas, lograr que abandonen su odio acomodándolas en oraciones, intentando hacer con ellas algún poema.

martes, 17 de octubre de 2006

Olga Orozco

El 15 agosto de 1999 murió Olga Orozco.
Estaba con furia y no dejaba de apretar los puños. Fue la poeta del obstáculo, del desencanto, de la terrible belleza. En ella la esperanza era eso que se nos escapa al cerrar la mano, nunca aquello a lo que se llega.
Me enseñó que mi pena es única, indeleble y que tiñe de imposible cuanto miro.
Las diosas nos dejan para ser inmortales y volver a encender, en un día cualquiera, el polvo y los escombros.


Lo que fue, lo que no ha sido.

Hay en lo más secreto de ti, sin que a veces lo sepas,
un desván en tinieblas donde sólo se cruzan las lluvias y los vientos,
donde un vaho letárgico empaña los espejos de los días
y duermen en los rincones los ropajes de lo nunca alcanzado y lo perdido.
Pero no es un lugar donde puedas entrar
como si te asomaras a un refugio de arena que un soplo desmorona,
porque no es un depósito violado por las rapiñas del olvido,
ni un sueño de la muerte,
Si no sólo el letargo de la llaga y del hambre agazapados.
A veces basta un soplo,
precisamente un soplo que vuelve con un rumor, con un perfume,
o que anuncia el desvelo de la hierba en un jardín remoto,
y de repente se sobresalta el tiempo, se despereza el mundo,
y todo ese sopor desaparece como un velo arrasado por una llamarada.
En cada imagen que guardó el deseo,
entre los cielos siempre inabordables y aquellos asombrosos paraísos cumplidos,
se multiplica en un instante el sol, se estremece la luz,
se astillan en tus ojos los colores.
Insoportables los destellos del oro, insufrible la sed de la distancia,
escasa la medida de tus pasos detrás del horizonte fugitivo.
No llegarás jamás.
No hay lugar para tu alma dentro de los secretos rincones que te habitan.
No alcanzará tu mano lo que fue;
tampoco lo que nunca ha sido.
Pero ¿acaso no son esas moradas imposibles tus verdaderas propiedades,
ganadas palmo a palmo para los territorios de los eternos bienes?
¿No son como la inmóvil, inalterable cara de una misma moneda
que lleva en el reverso el precio que pagaste:
la confusa, la incierta, la cambiante, la sorpresiva cifra del presente?

miércoles, 11 de octubre de 2006

Manos vacías.

Hay una hora que no respeta relojes y, así como podemos amar un imposible, intentamos morir en una canción.
Nuestra sombra nos espera, sentimos que tiembla pero igual encendemos la luz.
Hay una hora, la prefiero de madrugada, en la que damos todo. Sin preguntas nos entregamos.
¿Hay una hora qué nos ofrece ser diferentes o continuar como somos?
Cansada de dejar pasar horas. Aburrida de haberlas vivido, pregunto el porque de seguir si, el error es mi constante.
Si un ángel me habla, es probable que lo confunda con una cucaracha y lo destruya sin piedad contra alguna pared. También es admisible que fuera solo una cucaracha, por eso limpio, sin culpa, el muro y tiro sus restos a la basura.
Aburrida de mí, me alejo.
Al regresar encuentro la que escribe, la que lee, la que sigue buscando esa hora que cambie su vida; encuentro a la cazadora de sueños que me mira y, otra vez, me enseña sus manos vacías.

lunes, 9 de octubre de 2006

Cenizas

Llevo tus palabras en mi cartera. Una tempestad de reproches mezclados con cigarrillos, documentos, llaves y anteojos. Un ciclón de palabras obstinadas en lastimar y buscar mi llanto.
Llevo tus palabras en mi cartera para resistir mis lágrimas; usarlas como escudo ante los recuerdos.
Verificar en cada error, en cada acento, en cada pausa, tu confusión y mi cansancio.
Llevo tus palabras en mi cartera para incendiarlas esta noche, en mi balcón.
Que las abrase el fuego mientras bostezo mirando las estrellas y, en las cenizas, dispersar aquello que invoqué al amar.

jueves, 5 de octubre de 2006

Bendita risa.

Beatriz es mi amiga. La conozco hace años. Alguna vez fuimos compañeras de laburo. Cada tanto nos llamamos y nos ponemos al día.
Estuvo casada 14 años; siempre con el mismo. Se enamoró de él porque la hacía reír. Cuando paraba de reírse (o no, vaya uno a saber) tenían hijos. Tres. Tres monstruos; adorables pero, monstruos al fin.
Beatriz tenía una brisa a la otra Beatriz (La Salomón, de la Beatriz del Dante no tuvo, tiene ni tendrá idea), nunca faltaba el papafrita que decía que era idéntica y la tarambana se la creía. Salía disfrazada con jeans de leopardo, los pelos al viento y pintada como una puerta. Al marido parece que le gustaba andar con el clon de la otra por la calle y parecían estar bien juntos. Incluso con los monstruos y sus líos escolares, siempre estaban bien. Y claro, estaban como el tujes.
Hacía bastante tiempo que no hablaba con Beatriz. La otra tarde me invitó a su casa, a su nueva casa. Sí, me separé, me dijo. Después siguió con otros temas, pero me sonaron raro las pausas para tirar un carilina, limpiarse los mocos y agarrar otro. Voy ahora le dije y fui.
Beatriz ya no se parece a la Salomón, claro que ni la Salomón se parece a la Salomón. Beatriz está mejor, me atrevo a decir que su edad hace que su belleza sea más convincente.

- Catorce años al lado de un desconocido. Me dijo ni bien me pasó el primer mate. No pude evitar pensar en mi otra amiga, la que sostiene que siempre hay alguien que está peor.

- ¿En qué sentido un desconocido? Tenés tres hijos, conviviste con el hasta hace cuatro meses. Después te cuento lo que es estar al lado de un desconocido le respondí.

- Es puto. Me dijo bajito.

- ¿Puto? ¿Humberto es puto? Bueno… nombre de puto tiene, pero ¿se hizo puto ahora? ¿Cómo qué es maricón? ¡Con razón nos cagábamos tanto de risa con el. Viste que los putos tienen esa chispa… Cerré mi boca. Cuando pude escucharme (a veces lo logro) Cerré mi boca y le pasé el mate.

- Cuatro años mantuvo la relación con su amante. Tuvo que elegir y lo eligió al otro. Yo como una pelotuda sin darme cuenta de nada. Eran socios en el Estudio, incluso le presenté unas amigas para que saliéramos los cuatro. A vos no te dije nada porque sabía que estabas en pareja. (Dios existe, pensé, lo único que me hubiera faltado era salir con el amante del marido de mi amiga) A las chicas les pareció un tanto extraño, o ninguna se avivó o ninguna se animó a decirme lo que pensaban, cosa que dudo. Era el típico salame que les decía “Nos hablamos” y cuando le preguntaba a Humberto, me decía que no sabía nada pero que le parecía que estaba saliendo con otra. ¡Con otra! Te juro que lo cuento y me dan ganas de cortársela.
- Dejate de joder, a lo mejor le hacés un favor…

Nos miramos y la risa fue inevitable. La charla continuó, terminamos escuchando a Sabina, hablando del psicólogo que atiende a los monstruos, porque Beatriz no quiso ocultarles lo que pasaba y me parece bien. Además, no sabés lo fuerte que está el psicólogo, me dijo mientras descorchaba la primera botella de vino, antes de cenar.

martes, 3 de octubre de 2006

Apariencias.

No hay recetas. Es falso que los años traen sabiduría. Ni siquiera una herencia millonaria me trajeron los muy atorrantes.
Sé, eso sí lo sé, que no era éste el futuro que soñé hace veinte años. Confundí los caminos, me perdí y no quise buscar un guía, ni una Filcar (me confunden esos cruces con tantos nombres).
Confiaba en mí, todo es más simple cuando confiamos en nosotros. Dejé la simpleza, la corrí de mis días y comencé a confiar en otro. Desde chica esperé un amor maravilloso que movería todas mis estructuras y me haría volar sin necesidad de aviones. Y volé, sí, confieso que he volado, que la maravilla entró por la puerta de mi casa y sentí que era feliz. Una felicidad con luz de vela y madrugadas. Largas charlas perdiéndome en esos ojos tan esperados. Pude amar. Yo, que siempre permití que me amaran, amé por fin. Me entregué, confié. Me aleje de mi mundo para inventar otro bajando las persianas. Era un mundo donde gobernaban los sentimientos. Pasado perfecto, (pasado perfecto simple) puedo recordar que fue perfecto porque la acción del verbo ya acabó en el pasado y que fue simple porque no tuvo verbo auxiliar.
El auxilio lo necesité después, sin verbo ni pasado. Quería un presente, un nosotros. Cansada de fascinarme, quise saber, desdichado y seguro fin de toda aventura. No supe pedir, no sé hacerlo, me dediqué a esperar aquello que jamás entregarían.
No, no era éste mi futuro soñado pero es mi presente. He dejado de volar y, algunas palabras carecen de contenido si no encierran actos que las liberen, que las hagan creíbles.
Deberé reinventar mi mañana. Otra vez confiar en mi mirada, en mis instintos. Algo lejano regresa, creo que no tiene la forma de la felicidad, pero se parece y, como dijo Casciari hace algún tiempo, “llega un momento en el que no importa la realidad: sólo la apariencia tiene algún sentido”.