martes, 3 de octubre de 2006

Apariencias.

No hay recetas. Es falso que los años traen sabiduría. Ni siquiera una herencia millonaria me trajeron los muy atorrantes.
Sé, eso sí lo sé, que no era éste el futuro que soñé hace veinte años. Confundí los caminos, me perdí y no quise buscar un guía, ni una Filcar (me confunden esos cruces con tantos nombres).
Confiaba en mí, todo es más simple cuando confiamos en nosotros. Dejé la simpleza, la corrí de mis días y comencé a confiar en otro. Desde chica esperé un amor maravilloso que movería todas mis estructuras y me haría volar sin necesidad de aviones. Y volé, sí, confieso que he volado, que la maravilla entró por la puerta de mi casa y sentí que era feliz. Una felicidad con luz de vela y madrugadas. Largas charlas perdiéndome en esos ojos tan esperados. Pude amar. Yo, que siempre permití que me amaran, amé por fin. Me entregué, confié. Me aleje de mi mundo para inventar otro bajando las persianas. Era un mundo donde gobernaban los sentimientos. Pasado perfecto, (pasado perfecto simple) puedo recordar que fue perfecto porque la acción del verbo ya acabó en el pasado y que fue simple porque no tuvo verbo auxiliar.
El auxilio lo necesité después, sin verbo ni pasado. Quería un presente, un nosotros. Cansada de fascinarme, quise saber, desdichado y seguro fin de toda aventura. No supe pedir, no sé hacerlo, me dediqué a esperar aquello que jamás entregarían.
No, no era éste mi futuro soñado pero es mi presente. He dejado de volar y, algunas palabras carecen de contenido si no encierran actos que las liberen, que las hagan creíbles.
Deberé reinventar mi mañana. Otra vez confiar en mi mirada, en mis instintos. Algo lejano regresa, creo que no tiene la forma de la felicidad, pero se parece y, como dijo Casciari hace algún tiempo, “llega un momento en el que no importa la realidad: sólo la apariencia tiene algún sentido”.

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