miércoles, 25 de julio de 2007

Mi amigo el poeta

Tengo un amigo. No sé por dónde anda pero, tengo un amigo. Es poeta, se llama Pablo Javier Resa y hace tiempo publicó un libro “De volcanes y giralunas en celo” en ese libro hay un poema que me regaló en el siglo pasado y me lo dedica, es decir, se lo dedica a la que era por esos años y dice “a la Puri, para más datos Silvia F. Walls.”
Hoy lo encontré. Hoy lo comparto con Uds . y aprovecho para darle a Pablo las gracias y, recordarle que el libro nunca me llegó. Carajomierda.


Pongamos que Milonga.


Te fuiste
me dejaste el inventario del viento
apurando las páginas
la sucesión de instantáneas de tu cuerpo
buscando la luz
qué hermoso atentado
qué chiste a lo Chaplín
vos montada en los patines
y el mozo atajando la caravana de mesas
el gigantesco dominó
detrás de vos

Te fuiste
una calesita el Tortoni
un juego de cámaras
si preferís
y toda una nota tu sonrisa
todo un taladro mi mirada
y qué nos importa
y cómo nos importa

Te fuiste
yo también vengo del mar
camino en círculos como vos vuelvo al mar
no mucho más que espuma
golpes de marea
desecho la cartografía como vos
me harto de esperar a los timbres
sospecho los cementerios como vos
y estoy feliz como vos por cada coincidencia
cada espacio cóncavo
y su correspondiente beso

Te fuiste
siempre te estás yendo
la piba en la vereda lo sabía
la piba remontando eclipses
la piba interponiendo lunas de papel
y no hay caso
te empeñás en la nostalgia
tirás del piolín de la nostalgia
la piba tiene miedo a soltar el barrilete
miedo a confiar
no rompe los templos a patadas
las adoraciones al miedo no rompe

Te fuiste
pero no hay de qué temer
pronto vas a soltar un barrilete
una resignación un sobrevivo
porque la única mística es encontrarse
y la única lógica
es no pasar de largo






Aclaración: Pablo no alineó así el poema pero como Bloguer se me revela con las tabulaciones, decidí centrarlo. Ya que no puedo ganarle a estos paparulos, intento empatar.
Será de diosssssssssssss.

martes, 17 de julio de 2007

Botella de mar.

Ni complacidos, ni resignados.
No llegamos hasta acá ni para soportarnos, tenernos lástima o dar vergüenza.
Se trata de vivir pero, faltan maestros que enseñen a envejecer respetando a los ancianos. Aceptar que es preferible un aborto a tiempo que pibes desnutridos o mujeres muertas en el intento.
Una planta en mi balcón renace. Todo renacer esconde pequeñas muertes, olvidos sin aviso, fracasos reservados, ignorancias asumidas.
No, no es ahora el fin, pero hay una hora, un mes que esconde mi final.
¿Cuántas veces pasaré por ella ignorando el año?
Aunque estos pensamientos me ataquen sin permiso, no me quitan las ganas ni la risa.
Y, por más resaca que me haya dejado lo perdido, comprendo la esencia de conjurar engaños que llevará mi botella de mar a ninguna dirección, a ningún remitente.
A tu océano. Nuestra playa.

jueves, 12 de julio de 2007

Sombras

Yo te cuento, pero me tenés que prometer que no se lo vas a decir a nadie. Viste como son. Te sacan de mentira a verdad y después quedás como una tarada. Bueno, el tema es que Julio no es Julio solamente. ¿Me dejás terminar de hablar? Sí, sí, yo entiendo, el que no entiende es él. Me contó que la otra noche, cuando volvía a su casa, le pareció que alguien lo acompañaba. Primero pensó en un chorro, viste que ahora te matan por un par de zapatillas... Bueno, entonces apuró el paso y escuchó que su sombra le pidió que, por favor, no caminara tan rápido. Sí, nena, escuchaste bien. Su sombra.
Julio se detuvo y la sombra agradecida. No te das cuenta, le dijo, pero estamos muy cansados vos y yo. ¿Cómo? Le preguntó Julio, que a esa altura me lo imagino apoyado contra la pared, pálido y preguntándose: ¿por qué a mí???. Sigo, la sombra de Julio tomó la palabra porque él estaba demasiado acelerado con el laburo y el tema de su mujer que se va, que se queda. Además parece que conoció una minita que lo tiene loco, pero viste como es. Ni alcoholizado le va a decir que le gusta y así anda, escribiendo poesías en Mac Donal’s en lugar de comerse la hamburguesa. No, a mí me parece que dentro de todo tiene una sombra bastante piola. ¡Claro que le creo, tarada!. ¿Justo vos me lo preguntás?; Bueno, si te vas a reír no te cuento nada. Después de todo, Julio me dijo que no se lo contara a nadie y vos serás mi amiga pero él también lo es, ¿viste?. Esta bien, esta bien... sigo. La sombra lo invitó a tomar una ginebra. Cuando pares de reírte, continúo. ¿Cómo qué dónde? Qué sé yo donde lo llevo la sombra pero no fue a un bar, no... creo que me dijo que fueron a una plaza, cerca del cementerio. ¡Y qué sé yo, nena! Él me dijo que tomó ginebra con su sombra, alguien se la debe haber servido. No hagas preguntas bobas, por favor! La cara de la sombra era su cara, pero sucia, vos sabés que andan por el suelo arrastrándose, roñosas tienen que estar. Conversaron mucho, a Julio no le gusta hablar demasiado pero, claro, con él mismo debe ser diferente. No, no me contó todo lo que hablaron pero sé que llegaron a un acuerdo. Parece que la sombra lo convenció de hacer un viaje al sur para probar suerte. Siempre quiso vivir allá y no se animaba, decía que Marina no quería, que su trabajo, excusas... pero ahora la cosa cambió además, con intentarlo no pierde nada y su sombra agradecida. Una cosa es andar arrastrándose por la ciudad y otra muy distinta por bosques y caminos verdes. Todo el sur es verde, me lo dijo Julio. Para mí es verde y azul, pero no le dije nada, viste como es. ¡Qué va a estar loco! No, lo que pasa es que andás un poco celosa me parece, además, no sé para que me pongo a charlar con vos, siempre toda mugrienta, andá, andá a tu lugar que acaban de tocar el timbre y lo único que falta es que te vean ahí sentada, tomando mate. Cómo explico que sos mi sombra, que te dolía la espalda porque casi te la fracturo subiendo los nueve pisos por la escalera. Dale, andá a tu lugar que voy a abrir la puerta.
Otra cosa, a ver cuando te aparecés con una ginebra vos...

viernes, 6 de julio de 2007

CENTRO GALLEGO DE BUENOS AIRES, (ALIAS GALICIA SALUD), ANDATE A LA PUTÍSIMA MADRE QUE TE PARIÓ. (I)

El día después no ha sido un día deseado. Seguirá siendo ese día, cada vez que lea estas palabras.

Estoy sentada en un bar del barrio de Belgrano; significa que, antes, acompañé a mi vieja al Cementerio de Chacarita y ella, quedó dentro.

Con un año de diferencia los perdí a los dos. Dejaron de ser. Murieron.

No voy a escribir, en este po(u)st lo mucho que me cuidaron ni cuando abrieron sus puertas y me ayudaron con la crianza de mi hija, después de mi separación. Ni las tantísimas veces que me protegieron, a veces, hasta la exageración. No, eso queda conmigo, con Flopo, es parte de nuestro tesoro. Sé como cuidaron a mi abuela; cuando sin preguntar recibieron a mi hermano. Sé lo mucho que dieron y lo poco que recibieron. De eso hablaré en otro momento. De cómo un nieto de treinta años, olvida a sus abuelos y a su padre.

Lo que no pienso guardar hoy y todos los mañanas que me toquen es la indignación por como fue atendida en el Centro Gallego de Buenos Aires (alias Galicia Salud) la socia Nº 166.569, afiliada el 1º de abril de 1946, Rosa Díaz, que ingresó en lo que alguna vez fue una institución que protegía la salud de los residentes Españoles en la República Argentina, previo pago de una cuota. Voy a escribir sobre los últimos días de una mujer, mi madre.

A las cinco y media de la mañana del domingo 24 de junio, mi hermano me despierta avisándome que mamá estaba inconciente en su cama. “No responde” me dijo, “No abre los ojos y respira con dificultad, vení”. Fui.

Al llegar me comenta que estuvo llamando a Emergencias del Centro Gallego, que le dieron un número de referencia, que “ya” venía la ambulancia, eran las seis.

A las seis y veinte volvió a llamar, después de pasarlo con otra operadora, porque al tener un número de referencia, atiende otra persona (vaya uno a saber porque disposición interna y/o divina) a la cual le debés explicar todo lo explicado en la primer llamada. La respuesta fue que la ambulancia “ya” estaba en camino. Les aclaro que mi hermano es un señor muy cortés, incapaz de levantar la voz cuando hace un justo reclamo y sabe escuchar a las personas que suelen dar explicaciones inexplicables del otro lado del auricular.

Seis y cuarenta (aproximadamente) llamé yo. Reclamando un reclamo ya reclamado y, después de intentar explicarme lo que ya le habían explicado a “R” (mi hermano), exigí hablar con alguna persona responsable porque mi madre estaba cada vez peor y, la ambulancia brillaba por su ausencia. Me comunicaron con una tal Silvia que me dio otro número de pedido mientras me contaba que la ambulancia estaba en Barracas pero que “ya” estaba en camino.

Siete de la mañana, “R” llama otra vez. Solicitó hablar con un supervisor, lo comunicaron con un tal Héctor Muñoz, por supuesto le dijo que “ya” estaban pasando el pedido como Código Rojo y le pasaron otro número de reclamo.

Siete y quince llamé yo. Atendió mi tocaya, después de pasarle todos lo números de reclamo, de pedido y el Código Rojo, me pregunta “¿Cómo la ambulancia todavía no llegó?”. Mis gritos se deben haber escuchado en Montevideo y mientras gritaba le informaba que mi vieja respiraba con más dificultad y que, no, la ambulancia no había llegado. Que “ya” es un adverbio en tiempo pasado pero, también se utiliza el “ahora” y quisiera entender que lo utilizaban en tiempo presente, porque sospechaba que de conjugaciones no sabían un carajo. Así que, sin repetir y sin soplar, me dijera cuánto tiempo en minutos iba a demorar la reputísima ambulancia. “Media hora”, fue la respuesta. La mandé a la mierda en idoma vulcano, no sin antes recordarle que estábamos llamando desde las cinco a emergencias del Centro Gallego, que tenía números de reclamo de varios colores y por que no dijo que la ambulancia iba a demorar y utilizaron los “yaes” con tanto fervor. No escuché la respuesta porque corté para tranquilizar a mamá (que no sé si escuchaba pero se agitaba) y a mi hermano que estaba intentando dar vueltas colgado del ventilador del techo.

Ocho menos veinte llamó “R” que seguía (y sigue) siendo un Señor muy cortés y explicaba con voz calma que nuestra madre corría riesgo de vida. A esta altura, no sé que le respondieron porque yo estaba puteando al Centro Gallego (alias Galicia Salud) en el balcón.

Ocho y diez vuelvo a llamar y, bajo amenaza de ir en persona con los muchachos de la Barra Brava de Nueva Chicago que andaban con ganas de demoler instituciones que están por cumplir cien años y atienden a sus socios como principiantes me juraron que ellos no eran responsables, que el Servicio de Ambulancias es contratado y que ellos, como institución, no tenían nada que ver con el traslado de los pacientes. Ahora me dejan mucho más tranquila pedazos de incompetentes y que sí, que van a ser responsables hasta el agujero de ozono y el recalentamiento global.

A las ocho y media escuchamos la sirena. Hacemos pasar a la médica al cuarto de mi vieja e intenta despertarla a los gritos. Me comenta por lo bajo que ella (mi mamá) estaba haciendo fuerza por no abrir los ojos. Que es común que los viejitos hagan este tipo de cosas para llamar la atención. Al comprobar que estaba a punto de saltarle a la yugular, la señora tuvo rápidos reflejos e intentó con otro diagnóstico. De un mero capricho de una “viejita” que, como no tenía otra cosa que hacer, se puso a cerrar los ojos con fuerza, paralizar medio cuerpo y respirar con dificultad, arriesgó que podía ser un ACV. Mandó a buscar una silla de ruedas y la subieron a la putísima ambulancia para llevarla a la ¿Institución? ¿Sanatorio? ¿Pase casi sin escalas al más allá de ancianos? llamado Centro Gallego (alías Galicia Salud).

Acompañé a mi vieja en el trayecto. Mi hermano no. Había lugar pero no. “Por el seguro” le dijo el chofer. “¿Qué seguro si hay lugar?” dije yo. No podía darle con el martillo bolita, así que le tiré unos mangos a mi hermano y, por supuesto, llegó antes que nosotros. Cuando bajan la camilla, me estaba esperando.

Media hora de espera en la Sala de Guardia. Indican porque lo indicó la médica que me miraba con un cierto temor, que le realicen una tomografía para verificar si había algún daño. “¿Le parece necesario?”, preguntó una ¿médica? ¿enfermera? ¿pelotuda?. “Sí” respondió la que ya temía por su vida, al mirar como la estaba mirando. Le hicieron la tomografía pero, deben pasar de 48/72 horas para verificar la importancia del daño.

Comenzaba el segundo calvario en el segundo piso, ala Belgrano, habitación 244, cama 4.

Faltaba lo peor y, por supuesto, lo peor llega.