viernes, 6 de julio de 2007

CENTRO GALLEGO DE BUENOS AIRES, (ALIAS GALICIA SALUD), ANDATE A LA PUTÍSIMA MADRE QUE TE PARIÓ. (I)

El día después no ha sido un día deseado. Seguirá siendo ese día, cada vez que lea estas palabras.

Estoy sentada en un bar del barrio de Belgrano; significa que, antes, acompañé a mi vieja al Cementerio de Chacarita y ella, quedó dentro.

Con un año de diferencia los perdí a los dos. Dejaron de ser. Murieron.

No voy a escribir, en este po(u)st lo mucho que me cuidaron ni cuando abrieron sus puertas y me ayudaron con la crianza de mi hija, después de mi separación. Ni las tantísimas veces que me protegieron, a veces, hasta la exageración. No, eso queda conmigo, con Flopo, es parte de nuestro tesoro. Sé como cuidaron a mi abuela; cuando sin preguntar recibieron a mi hermano. Sé lo mucho que dieron y lo poco que recibieron. De eso hablaré en otro momento. De cómo un nieto de treinta años, olvida a sus abuelos y a su padre.

Lo que no pienso guardar hoy y todos los mañanas que me toquen es la indignación por como fue atendida en el Centro Gallego de Buenos Aires (alias Galicia Salud) la socia Nº 166.569, afiliada el 1º de abril de 1946, Rosa Díaz, que ingresó en lo que alguna vez fue una institución que protegía la salud de los residentes Españoles en la República Argentina, previo pago de una cuota. Voy a escribir sobre los últimos días de una mujer, mi madre.

A las cinco y media de la mañana del domingo 24 de junio, mi hermano me despierta avisándome que mamá estaba inconciente en su cama. “No responde” me dijo, “No abre los ojos y respira con dificultad, vení”. Fui.

Al llegar me comenta que estuvo llamando a Emergencias del Centro Gallego, que le dieron un número de referencia, que “ya” venía la ambulancia, eran las seis.

A las seis y veinte volvió a llamar, después de pasarlo con otra operadora, porque al tener un número de referencia, atiende otra persona (vaya uno a saber porque disposición interna y/o divina) a la cual le debés explicar todo lo explicado en la primer llamada. La respuesta fue que la ambulancia “ya” estaba en camino. Les aclaro que mi hermano es un señor muy cortés, incapaz de levantar la voz cuando hace un justo reclamo y sabe escuchar a las personas que suelen dar explicaciones inexplicables del otro lado del auricular.

Seis y cuarenta (aproximadamente) llamé yo. Reclamando un reclamo ya reclamado y, después de intentar explicarme lo que ya le habían explicado a “R” (mi hermano), exigí hablar con alguna persona responsable porque mi madre estaba cada vez peor y, la ambulancia brillaba por su ausencia. Me comunicaron con una tal Silvia que me dio otro número de pedido mientras me contaba que la ambulancia estaba en Barracas pero que “ya” estaba en camino.

Siete de la mañana, “R” llama otra vez. Solicitó hablar con un supervisor, lo comunicaron con un tal Héctor Muñoz, por supuesto le dijo que “ya” estaban pasando el pedido como Código Rojo y le pasaron otro número de reclamo.

Siete y quince llamé yo. Atendió mi tocaya, después de pasarle todos lo números de reclamo, de pedido y el Código Rojo, me pregunta “¿Cómo la ambulancia todavía no llegó?”. Mis gritos se deben haber escuchado en Montevideo y mientras gritaba le informaba que mi vieja respiraba con más dificultad y que, no, la ambulancia no había llegado. Que “ya” es un adverbio en tiempo pasado pero, también se utiliza el “ahora” y quisiera entender que lo utilizaban en tiempo presente, porque sospechaba que de conjugaciones no sabían un carajo. Así que, sin repetir y sin soplar, me dijera cuánto tiempo en minutos iba a demorar la reputísima ambulancia. “Media hora”, fue la respuesta. La mandé a la mierda en idoma vulcano, no sin antes recordarle que estábamos llamando desde las cinco a emergencias del Centro Gallego, que tenía números de reclamo de varios colores y por que no dijo que la ambulancia iba a demorar y utilizaron los “yaes” con tanto fervor. No escuché la respuesta porque corté para tranquilizar a mamá (que no sé si escuchaba pero se agitaba) y a mi hermano que estaba intentando dar vueltas colgado del ventilador del techo.

Ocho menos veinte llamó “R” que seguía (y sigue) siendo un Señor muy cortés y explicaba con voz calma que nuestra madre corría riesgo de vida. A esta altura, no sé que le respondieron porque yo estaba puteando al Centro Gallego (alias Galicia Salud) en el balcón.

Ocho y diez vuelvo a llamar y, bajo amenaza de ir en persona con los muchachos de la Barra Brava de Nueva Chicago que andaban con ganas de demoler instituciones que están por cumplir cien años y atienden a sus socios como principiantes me juraron que ellos no eran responsables, que el Servicio de Ambulancias es contratado y que ellos, como institución, no tenían nada que ver con el traslado de los pacientes. Ahora me dejan mucho más tranquila pedazos de incompetentes y que sí, que van a ser responsables hasta el agujero de ozono y el recalentamiento global.

A las ocho y media escuchamos la sirena. Hacemos pasar a la médica al cuarto de mi vieja e intenta despertarla a los gritos. Me comenta por lo bajo que ella (mi mamá) estaba haciendo fuerza por no abrir los ojos. Que es común que los viejitos hagan este tipo de cosas para llamar la atención. Al comprobar que estaba a punto de saltarle a la yugular, la señora tuvo rápidos reflejos e intentó con otro diagnóstico. De un mero capricho de una “viejita” que, como no tenía otra cosa que hacer, se puso a cerrar los ojos con fuerza, paralizar medio cuerpo y respirar con dificultad, arriesgó que podía ser un ACV. Mandó a buscar una silla de ruedas y la subieron a la putísima ambulancia para llevarla a la ¿Institución? ¿Sanatorio? ¿Pase casi sin escalas al más allá de ancianos? llamado Centro Gallego (alías Galicia Salud).

Acompañé a mi vieja en el trayecto. Mi hermano no. Había lugar pero no. “Por el seguro” le dijo el chofer. “¿Qué seguro si hay lugar?” dije yo. No podía darle con el martillo bolita, así que le tiré unos mangos a mi hermano y, por supuesto, llegó antes que nosotros. Cuando bajan la camilla, me estaba esperando.

Media hora de espera en la Sala de Guardia. Indican porque lo indicó la médica que me miraba con un cierto temor, que le realicen una tomografía para verificar si había algún daño. “¿Le parece necesario?”, preguntó una ¿médica? ¿enfermera? ¿pelotuda?. “Sí” respondió la que ya temía por su vida, al mirar como la estaba mirando. Le hicieron la tomografía pero, deben pasar de 48/72 horas para verificar la importancia del daño.

Comenzaba el segundo calvario en el segundo piso, ala Belgrano, habitación 244, cama 4.

Faltaba lo peor y, por supuesto, lo peor llega.

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