martes, 29 de agosto de 2006

Pregunta

Pero además de palabras, soy la escalera del subte, esa repetición de escalones matinales, y mis pasos por Avenida Belgrano. Soy la que se pregunta por qué no hay un puesto de flores que salga a mi encuentro para llegar con fresias, margaritas o jazmines a la oficina, para no tener que mirar el florero vacío sobre mi escritorio que pareciera preguntarme, además de palabras ¿qué sos?.

jueves, 24 de agosto de 2006

Olvidos

Una noche será nuestra.
Los días sucesivos, otras madrugadas.
Una hora nos encontrará.
La distancia más lejana descansará en mi risa.
Un mes con música nos pertenece.
Una estación, un clima.
Destinos con algo de magia.
De cuento.
Hay un país.
Bosque, curvas y elevaciones.
Hay un después.
Tantos olvidos.

viernes, 18 de agosto de 2006

Resignación

Las palabras que siguen las escribí en el año 1996.
Me releo. Kill en su Blog contesta a un mensaje mío con “Besos y resignación” por eso vuelvo a buscar mis palabras, éstas en las que casi aceptaba la resignación como una de las formas de la felicidad. Por un tiempo creí que no. Aposté a mi sueño, terminé con la resignación. Estaba segura que el amor era la mejor forma para alcanzar la felicidad sin sospechar siquiera que uno puede encontrar el amor pero no significa garantía de dicha alguna, sobre todo, como me alertó Alejandro Dolina, en el Barrio del Ángel Gris (el barrio de Flores, mi barrio) que es también el barrio del desencuentro .


Estar y estar tan lejos al mismo tiempo. Soportar los días repetidos y las noches hechas para dormir o descubrir programas en la T.V., añorar aquellas otras en las que dormir no existía en los diccionarios. Tampoco en los relojes, ni en el alma.
Escapar sin ningún movimiento. Saber que quise esta prisión, que opté por ella, que yo misma cerré la puerta y tiré la llave.
Y sin embargo, sin embargo llorar al escuchar un tango, un rock; al oír las voces del pasado repitiéndome frases que creía perdidas para siempre; recordarme hace tiempo, cerrar los ojos, querer huir, optar quedarme en el encierro.
Que soy libre lo sé. Lo que no entiendo es para qué lo soy, si hice conmigo aquello que anhelé pero no alcanza. Otra vez no alcanza.
Otra vez el hastío, la cama sin hacer los domingos, el sol que sale y yo bajando la persiana.
Dormir. Este no estar estando. Este gritar cerrando la boca. Este correr entre sueños para evitar hacerlo al despertar. Me rodean afectos, mis amados libros, mis pequeñas cosas que guardo en el cajón que ya no abro. No, no alcanza.
Pero tal vez, sí alcance y no pueda comprobarlo hasta perderlo.
Quizá el tema pase porque dejé de buscar; me siento resignada por haber encontrado aquello que fue mi objetivo en la época en que sabía lo que buscaba.
Resignada.
¿Será esta una forma de felicidad?
¿Alguien ha logrado una dicha continua?
¿Qué es la felicidad? ¿Trozos del pasado? ¿Momentos del presente? ¿Recuerdos del futuro?
¿Qué sos felicidad? Cuándo te encuentro me pareces idiota y cuándo te pierdo invoco los momentos en los que estuvimos juntas y te dejé partir por aburrida, por repetida, por ese perfume a flores viejas.
Vuelvo a no saber nada.
Regreso a este mundo pesado. Si no fuera por los chicos me costaría tanto abrir la puerta... tanto como en todos mis pasados.
Tal vez no se deba aprender las ganas, las risas, la necesidad de un cuerpo por la noche. Tal vez no se aprenden esas cosas y yo, tristemente, las aprendí y tarde descubro que no era este el camino, ni la puerta, ni el hogar.

jueves, 17 de agosto de 2006

No aprende...

Sabe, una por una las cosas que no debe hacer.
Pero repite errores.
No aprende. Tal vez no le esté permitido hacerlo. Tal vez, la equivocación es su forma de vida.
Desesperadamente busca el dolor. No le escapa a la risa, pero la alegría la abandona sin permiso y se convierte en otra que luego olvida y olvida el daño cometido. Olvida palabras, olvida gestos.
Es débil. Lo sabe. No se siente orgullosa de su debilidad pero, no aprende.
Recibe ayuda, escucha opiniones y hace lo contrario.
Si fuera mi amiga, no la comprendería.
Si fuera mi pareja, la dejaría.
Si fuera mi madre, no la perdonaría.
No se puede confiar en aquellos que no aprenden.

viernes, 11 de agosto de 2006

No pudo ser.

Primero doblé la alegría en dos partes, luego en tres, en cuatro. Casi no ocupa lugar en mi alma; la doblé para que no la encuentres. Después seguí con la esperanza; se limpió las rodillas, se subió las medias, se sentó en el umbral del porvenir, le hablé bajito, supo comprender. La paciencia está preparada; sabe del camino y las caídas.
Igual, alegría, esperanza y paciencia despedimos el nosotros; también tu voz, tus nombres, los años, las esperas, los amaneceres, la clave y las avenidas. Despedimos mi luz, el amor, el sentido, los engaños, la locura, las mariposas, los colibríes y, claro, también tu imagen despedimos, ésa imagen que descubrimos pero no pudo ser. No existe.

lunes, 7 de agosto de 2006

A veces.

A veces los años pasan, mejor dicho, pasamos por los años con un desgano que aturde. Nos enredamos en historias ausentes de color. No queremos que nos tomen en serio, pero hablamos seriamente. Creemos estar alerta pero solo estamos despistados. Desterramos las ganas; alejamos lo imposible por vocación a lo posible.
Pateamos miedos con tan mala puntería que nos hacemos un gol en contra. Nos cierran los caminos y descubrir túneles será nuestra nueva diversión.
A veces los sueños emigran, despertamos sin rencores porque un buen insulto siempre libera.
Entonces, lo mejor es tomar distancia, brindar por ausencias, comenzar otra vez. Saludar a nuestro pasado con una reverencia. Dar las gracias y romper los “nomesale” con una sonrisa.
A veces despertamos, le sacamos la lengua al dolor; hacemos pito catalán a la tristeza y descubrimos que nuestro ángel nos hace un guiño. Descubrimos que lo vivido fue un bosquejo, que aquellas lágrimas nos ayudaron a crecer; que la nostalgia marca un camino pero no debe marcar nuestra vida.
Amé, he sido amada; quise tanto que el alfabeto se quedó sin letras para contarlo.
A veces creo y me creen.
A veces, no siempre, hablo conmigo sin contradecirme.
A veces, no siempre, tengo razón.

jueves, 3 de agosto de 2006

Escribir.

Escribir sin corrector. Escribir lo que salga. Escupir las palabras en la pantalla para exorcizar engaños. Escribir porque estoy herida, porque la soledad pesa menos si escribo, porque la mentira se esconde en tantos nombres. Escribir con tristeza repetida. Pedirle a mis instintos que hablen. Que no importa si ellos creen que no los escucho, siempre escucho, aunque no me guste nada lo que digo. Y eso es lo que me tiene mal. No coincide una nota. Algo desafina. Es decir todo desafina. Griterío infernal, que no respeta horarios, ni lugares. Sin permiso los ojos se inundan. Sin avisar la tristeza se instala y pareciera venir con ganas de quedarse. Aunque la saco a patadas, ella entra sin golpear. Cierra las ganas. Desconfiar no era frecuente en mí. La desconfianza la dejaba ser parte de otros. Ahora no. Tristeza y desconfianza juntas, dentro de mí. Y las palabras que intentan calmarme y la calma no viene. Ganas de irme lejos. Ganas de dejarme olvidada en alguna estación desierta. Dejar de ser la que me llevó hasta allá. Perderla, como se pierden las llaves, como se pierde el amor.

martes, 1 de agosto de 2006

Despertares

Se durmió. Al despertar su mundo había cambiado. Nadie la esperaba del otro lado de la avenida. (Nadie nunca te ha esperado, le dijeron los extraños).
La llave que descubrió en su cartera no abría la puerta del lugar y ésa cama en la que despertó no era la misma en la que recordaba haberse dormido.
No tuvo miedo pero, con cautela, buscó un espejo. No se reconoció. Los ojos que la miraban no eran los ojos que alguien dijo amar tantas veces.
Se sentó en un sillón verde de terciopelo, miró de frente a las personas; quería saber que hacían ellos en ése lugar, que hacía ella con ellos.
Ninguno pudo responder. Ninguno recordaba nada de su pasado, sí del pasado de los otros. Ninguno se reconocía en los espejos.
- ¿Estamos muertos? Preguntó la mujer.
- Me parece que es peor, respondió un anciano.
- Nos han olvidado, dijo un hombre mientras corría la cortina que ocultaba un muro de ladrillos.