A veces los años pasan, mejor dicho, pasamos por los años con un desgano que aturde. Nos enredamos en historias ausentes de color. No queremos que nos tomen en serio, pero hablamos seriamente. Creemos estar alerta pero solo estamos despistados. Desterramos las ganas; alejamos lo imposible por vocación a lo posible.
Pateamos miedos con tan mala puntería que nos hacemos un gol en contra. Nos cierran los caminos y descubrir túneles será nuestra nueva diversión.
A veces los sueños emigran, despertamos sin rencores porque un buen insulto siempre libera.
Entonces, lo mejor es tomar distancia, brindar por ausencias, comenzar otra vez. Saludar a nuestro pasado con una reverencia. Dar las gracias y romper los “nomesale” con una sonrisa.
A veces despertamos, le sacamos la lengua al dolor; hacemos pito catalán a la tristeza y descubrimos que nuestro ángel nos hace un guiño. Descubrimos que lo vivido fue un bosquejo, que aquellas lágrimas nos ayudaron a crecer; que la nostalgia marca un camino pero no debe marcar nuestra vida.
Amé, he sido amada; quise tanto que el alfabeto se quedó sin letras para contarlo.
A veces creo y me creen.
A veces, no siempre, hablo conmigo sin contradecirme.
A veces, no siempre, tengo razón.
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