lunes, 28 de noviembre de 2005

NOS ENSEÑAN

Nos dicen como amar, para evitar tormento y fuego. Nos muestran que su amor es conquista. Aprender a herir: dominar siempre. Fingir: un arte, una estrategia.
Nos enseñan a dar limosnas. Nos ahorcan la inocencia. Nos matan la ternura. Nos rompen el deseo. Nos condenan a ser miedosamente buenos. Sobrevivientes sin conciencia.
Nos resignamos a un amor sin vuelo. A las costumbres heredadas. A los sueldos miserables. A dejarnos pisar sin contestarles.
Nos enseñan a ser hipócritas. A etiquetar. A separarnos. A ser inconstantes. A mirarnos de costado. Defensores de lo oxidado.
A no insultar. A no sentir. A conformarnos con sueños descartables.

Pero olvidan algo: sobrevive la impertinencia de la sangre que nos mueve. La flor del futuro que se abre. La estrella que llevamos en la frente. La necesidad de besos y de abrazos. Las ganas de seguir y patear miedos.
Entonces, los que mal enseñan, los doctorados en acomodos, los que piensan que el cielo es sólo de ellos, sacan sus libros, sus evidencias, sus ideas, sus sotanas, sus apellidos, sus fantoches, sus putas, sus periodistas, sus clones, sus billetes, su petróleo, sus tradiciones, su cobardía, sus asesinos, sus mentiras y nosotros ¿Qué hacemos? ¿Perdonamos?

viernes, 25 de noviembre de 2005

PENAS

Hay una pena que no cuenta. La acompaña hasta en la risa y no necesita pretexto en el llanto.
No comenta de ella a sus amigos, y la clausura ante conocidos. Pero la pena se instala en el centro de su pecho. A veces la mezcla en algún suspiro. A veces la libera en una puteada.
Pero regresa. Encoge su alma, retira la esperanza y se ríe de los sueños.
No vale que la cuente cuando no puede ocultarla más. No sirve que emigre hasta su boca transformada en duda. El siempre encuentra la forma de sepultarla por un rato. La mima con ayeres. La calma con algo parecido a futuro. Y por un momento descansa, o se cansa, vaya uno a saber...
Pero la pena no se aleja. Simula abandonarla para que ella pueda dormir en sus brazos y la envuelva el perfume a maderas, a llegada, a hogar.
Al despertar, regresa sin su permiso, pega portazos en los pasillos de su mente. Le dice que tal vez exista otra, le murmura que su cuerpo la ha visitado.
Hay días que no sabe que hacer con esa pena, que es como decir que no sabe que hacer con ella misma.
“Ojalá encuentre las palabras y los gestos que logren silenciarla” Se dice.
“Ojalá la pierdas en un camino sin regreso”. Le escribo.
No sirve para compartirlo, por eso la pena que no cuenta le pesa tanto, y ya no quiere cargarla.
Si al menos él la ayudara a tirar abajo los miedos.
Si la ayudara a dejar de pedir ayuda...

miércoles, 23 de noviembre de 2005

SIN SALIDA

No puedo garantizar que la compañera de voces alegres y disparatadas, encuentre la salida desde esta mujer en la que me he convertido. No sé, en verdad, si hay un querer hallar la salida.
Aquella insurgente, con la palabra siempre alerta, se aburre en los arrabales de esta piel que envejece sin permiso.
La he llamado de mil maneras: con canciones, con gritos, con susurros pero regresar no está en sus planes
¿Se cierra con ella el misterio de mis dudas desnudas, junto a ignorancias bien organizadas y las ganas de tener ganas?
Esconde la clave. Desteje palabras.
Guardó mis ojos con luz de luna. En un cajón archivó el insomnio y me dejó sin historias.
Mi mañana murió en algún pasado imperfecto. Poco queda del intento de tantas horas escondidas detrás de la palabra.
He perdido su dirección y, casi puedo asegurar, su nombre no me pertenece.

viernes, 18 de noviembre de 2005

HOMENAJE A HUGO SOTO


Cartas que vienen y van.

Estar muerto es igual a los últimos días.
La vista me abandonó antes que los recuerdos. El día que no pude levantarme supe que era el fin y me sentí ligero.
Los cuadros quedarán inacabados.
Dejaron de llamarme, me di por muerto cuando sentí el asco de los que trabajaban conmigo y consideraba amigos.
Ahora estoy muerto, sí, bien muerto. Ya dije que no es tan distinto a aquello.
Puedo tomar una mano que no es mía y hacer que escriba estas palabras. Esta carta que va sin remitente. Ya no es una botella tirada al mar. Sólo palabras, palabras rotas como se rompió mi cuerpo. Ya no duele el desprecio; yo no pude partir con rencor.
La enfermedad, mi soledad de siempre, esos otros amigos de los cuales nada esperaba. Fueron ellos los que besaron mis ojos, los que apretaron mi mano. Después me llevaron lejos, la familia, ya saben.
Ahora, a veces, la visito a ella.
Dejó de pintar cuando me fui. Todavía no sabe que jamás dejará de hacerlo.
Cartas que vienen y van.
Cartas que nunca vinieron y que me hubieran hecho bien.
Puedo comprender el miedo, yo lo tuve. Puedo decir que comprendo desprecios y temores.
Sobra el tiempo para pensar ahora que soy una tumba. Una lápida con mis dos fechas y mi nombre. ¿Pensaron que todos llevamos esas dos fechas en la frente?
Quise, en mi pintura, dejar lo mejor y lo peor de mí.
Quise que pudieran comprender mi dolor, mi soledad, las escasas alegrías.
Sin embargo de mis cuadros casi ni hablan.
Me recuerdan por las películas. Algunos ni saben que he muerto. "¿Cómo qué murió?, ¿Cuándo?", le preguntan a ella cuando comenta "Últimas imágenes del naufragio", entonces me mira, ella no sabe que estoy a su lado, ella no sabe que me mira.
Cartas que vienen y van.
Ya no importa.
Por las noches la soledad es menor.
Ella debe dormir y yo, debo vagar.
Me voy. Cuando dijeron que había muerto, pude ver otra vez.
No es tan malo después de todo. Además, no hay otro sitio donde ir.
Me asombra que esta mano continúe escribiendo la carta, me vio una sola vez.
Ya ven, tampoco en este lado se pierde el asombro.

miércoles, 16 de noviembre de 2005

REGRESOS NO DESEADOS

Aclaración: lo que sigue a continuación le sucedió (o le debió suceder) hace tiempo a una de las que fui y, por suerte, ésa no regresó. Ahora sí, pasen y lean:

Nunca en mis sueños un amigo me nombra. Dijiste, mientras apagabas el cigarrillo, No te pongas melodramático y, no robés que eso es de Víctor Hugo, te contesté, tratando de hacerte sonreír, pero últimamente todo lo que digo logra el efecto contrario. Con vos no se puede hablar en serio, contestaste y te fuiste, dejándome sentada en el viejo café. Te veo partir, no sin antes atropellar a un mozo, con bandeja incluida. Una típica salida tuya, ruidosa y absurda.
Pero la tarde es azul, hay sol, hay brisa. Me quedo mirando por la ventana como cruzás la calle. El tiempo no ha sido piadoso con vos. No conservás casi ningún gesto de la juventud y tu andar pesado, tu cuerpo casi deforme te hace caminar como un viejo. Sos un viejo. La naturaleza carece no sólo de buen gusto, también perdió la caridad.
Recuerdo que cuando te conocí no lo noté. Sí me lo señaló Adela cuando los presenté: Es tu abuelo, el señor? Me dijo al oído, conteniendo la carcajada. Después le dije que era cruel, puede ser, pero no ciega, agregó.
Estás en la vereda de enfrente, esperando un taxi o que salga a buscarte. Será un misterio que nunca develaré. Prefiero quedarme en la mesa. Verte de lejos, como siempre debiste estar. Lejos.
El mozo se acerca, le pido otra cerveza. El mozo me mira y sonríe. Segundo misterio del día. Seguís, patéticamente, parado en la otra vereda. Más allá del cristal; siempre del otro lado. No recuerdo si alguna vez caminamos juntos por algún lugar, quiero decir, verdaderamente juntos. Cuando comenzamos a salir, me agarrabas del brazo porque yo prefería adelantarme. Quizá eso fue un mensaje que no supe leer. Cómo tantos otros que dejé pasar con vos. Prefería fingir y decir que todo estaba bien. Como ahora, que veo como todo se esfuma y pido otra cerveza para festejar. Para festejar, ¿qué?
Que vos envejeciste, que lo nuestro no da para más, que yo también envejezco y qué la soledad y que el miedo... ¿Qué tengo que festejar?
Y vos también debés sentirte solo, sino por qué la frase de Víctor Hugo, por qué ese levantarte y salir del bar corriendo. Corriendo es un decir, claro. Pero, ¿ves? Ese sí fue un gesto de tu juventud, debió haber sido un gesto de tu juventud. Alguna vez te habrás levantado de cualquier mesa para salir corriendo, dejando atrás a una mujer que no soportabas. Como no me soportás a mí. Claro que yo tampoco te soporto, pero yo casi no soporto a nadie; eso no es ninguna novedad. Por eso el miedo a la soledad, (¿qué miedo?), si estoy brindando bajo la sonrisa cómplice del mozo. Si tener la certeza de no verte más despierta en mí un alivio casi placentero.
Seguís en la vereda de enfrente. Estás esperando algo que no es un taxi. A mí o a otra persona. Otra persona no estaría mal. Alguien que escuche tus ronquidos, que soporte tu aliento y ese olor a viejo. Otra que escuche tus maravillosas recetas de cocina, que te acompañe a jugar, ¿jugar? golf. Otra que se maraville de tu orden y de tu erudición de índice de materias.
Pero no, no viene ninguna. Volvés, estás bajando la cabeza y volvés. No lo puedo creer. Estás volviendo. Suspiro resignada. No, si la resignación va a terminar siendo una de las formas de la felicidad, nomás.
Te miro sin decir nada. Te sentás. El mozo al que le tiraste la bandeja te mira con cierto rencor. Como te decía, en realidad, como decía Víctor Hugo, nunca en mis sueños un amigo me nombra...

martes, 15 de noviembre de 2005

FOTOS

El político habla. Dice que no renunciará. Aplausos. No puedo evitar preguntarme de quién serán esas manos que aplauden. No importa. Al político lo suspendieron. Importa.
Afuera, hay personas que se abrazan. Que lloran. Que golpean vallas.
Me quedo con una. Me quedo en una. Está arrodillada. Limpia la foto del hijo que ya no está con un pañuelo. Habla con la imagen, apoya su cara en la cara que jamás volverá a ver.
Otra vez el político habla. Apago el televisor.
Sobran las palabras.

jueves, 10 de noviembre de 2005

SILVIO

Una amiga me dice que la música de Silvio se congeló en la macdonalización posmoderna. Me dice, mientras apaga el cigarrillo, que ya no se sabe de donde viene ni para quien canta. La miro. Me mira. Le digo que no. Que la poesía de Silvio no se ha congelado. Poco importa de dónde viene porque es una parte de nuestras vidas, de la de tantos que lo descubren sin darse cuenta cuando un “ojalá pase algo” los invade como un rezo.
Mientras cante tu amor, intentando atrapar, las palabras que digan lo demás o una mujer con sombrero nos haga llorar y un perro le ladre a la luna.
Mientras gastes papel en recordar a alguien y te haga hablar en el silencio. O pierdas un sueño azul en una lapicera.
Mientras no quieras ser la paridora pagada con pan o cuando encuentres sillas peligrosas que te inviten a parar.
Cuando ames a pesar de estar muerta y, al día siguiente además.
Cuando el teléfono insista en coleccionar absurdos y, una imagen te llegue a las seis menos diez y no puedas dormir ni un instante después.
Cuando te preguntes que tipo de adjetivos se deben usar para hacer un poema de un barco.
En fin, cuando sientas que tu amor abre pecho a la muerte y despeña su suerte por un tiempo mejor, cuando todo esto suceda, la poesía de Silvio Rodríguez estará en tu cabeza y, lo más importante, en tu corazón, en ese territorio donde las banderas no existen.
Conclusión, terminamos escuchando “La maza” y cantando con él a los gritos: “Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera. Qué cosa fuera la maza sin cantera”.

viernes, 4 de noviembre de 2005

¿Cómo?

Como si pudiera empezar otra vez.
Como si hubieras estado esperándome para caminar juntos.
Como si la eternidad nos hubiera otorgado una existencia fuera del tiempo
Como si la sangre se resistiera al abandono sepia de los días
Como si estas ganas no fueran aquellas primitivas ganas.
Como si no importara lo urgente.
Como si te hubiera nombrado desde la suma de siglos que no recuerdo
Como si pudieras ser el soñado.
Como si hubiera sido tuya desde antes.
Como si mis ojos pudieran mirar tu alma.
Como si gobernara tus sueños.
Como si la ausencia fuera la clave.
Como si todavía existiera un todavía.

miércoles, 2 de noviembre de 2005

Pido gancho II

Quisiera estar sentada en el cordón de la vereda del barrio de la infancia. El vestido azul, las rodillas sucias, las medias caídas.
Quisiera saludarte con los ojos, mientras mis amigas me miran cómplices y vos acariciás mi cabeza como si fuera un perro.
Seguís de largo, con los libros bajo el brazo. La barra de “los grandes” te espera en la esquina.
Quisiera regresar para mirarte mejor y recordar tu cara.
Ahora que el tiempo ha pasado, solo vuelve la nostalgia de saber que la hora de verte se acercaba junto con el olor a tierra mojada y pasto recién cortado.
Sólo eso ha quedado, una sensación, un aroma.