viernes, 25 de noviembre de 2005

PENAS

Hay una pena que no cuenta. La acompaña hasta en la risa y no necesita pretexto en el llanto.
No comenta de ella a sus amigos, y la clausura ante conocidos. Pero la pena se instala en el centro de su pecho. A veces la mezcla en algún suspiro. A veces la libera en una puteada.
Pero regresa. Encoge su alma, retira la esperanza y se ríe de los sueños.
No vale que la cuente cuando no puede ocultarla más. No sirve que emigre hasta su boca transformada en duda. El siempre encuentra la forma de sepultarla por un rato. La mima con ayeres. La calma con algo parecido a futuro. Y por un momento descansa, o se cansa, vaya uno a saber...
Pero la pena no se aleja. Simula abandonarla para que ella pueda dormir en sus brazos y la envuelva el perfume a maderas, a llegada, a hogar.
Al despertar, regresa sin su permiso, pega portazos en los pasillos de su mente. Le dice que tal vez exista otra, le murmura que su cuerpo la ha visitado.
Hay días que no sabe que hacer con esa pena, que es como decir que no sabe que hacer con ella misma.
“Ojalá encuentre las palabras y los gestos que logren silenciarla” Se dice.
“Ojalá la pierdas en un camino sin regreso”. Le escribo.
No sirve para compartirlo, por eso la pena que no cuenta le pesa tanto, y ya no quiere cargarla.
Si al menos él la ayudara a tirar abajo los miedos.
Si la ayudara a dejar de pedir ayuda...

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