Aclaración: lo que sigue a continuación le sucedió (o le debió suceder) hace tiempo a una de las que fui y, por suerte, ésa no regresó. Ahora sí, pasen y lean:
Nunca en mis sueños un amigo me nombra. Dijiste, mientras apagabas el cigarrillo, No te pongas melodramático y, no robés que eso es de Víctor Hugo, te contesté, tratando de hacerte sonreír, pero últimamente todo lo que digo logra el efecto contrario. Con vos no se puede hablar en serio, contestaste y te fuiste, dejándome sentada en el viejo café. Te veo partir, no sin antes atropellar a un mozo, con bandeja incluida. Una típica salida tuya, ruidosa y absurda.
Pero la tarde es azul, hay sol, hay brisa. Me quedo mirando por la ventana como cruzás la calle. El tiempo no ha sido piadoso con vos. No conservás casi ningún gesto de la juventud y tu andar pesado, tu cuerpo casi deforme te hace caminar como un viejo. Sos un viejo. La naturaleza carece no sólo de buen gusto, también perdió la caridad.
Recuerdo que cuando te conocí no lo noté. Sí me lo señaló Adela cuando los presenté: Es tu abuelo, el señor? Me dijo al oído, conteniendo la carcajada. Después le dije que era cruel, puede ser, pero no ciega, agregó.
Estás en la vereda de enfrente, esperando un taxi o que salga a buscarte. Será un misterio que nunca develaré. Prefiero quedarme en la mesa. Verte de lejos, como siempre debiste estar. Lejos.
El mozo se acerca, le pido otra cerveza. El mozo me mira y sonríe. Segundo misterio del día. Seguís, patéticamente, parado en la otra vereda. Más allá del cristal; siempre del otro lado. No recuerdo si alguna vez caminamos juntos por algún lugar, quiero decir, verdaderamente juntos. Cuando comenzamos a salir, me agarrabas del brazo porque yo prefería adelantarme. Quizá eso fue un mensaje que no supe leer. Cómo tantos otros que dejé pasar con vos. Prefería fingir y decir que todo estaba bien. Como ahora, que veo como todo se esfuma y pido otra cerveza para festejar. Para festejar, ¿qué?
Que vos envejeciste, que lo nuestro no da para más, que yo también envejezco y qué la soledad y que el miedo... ¿Qué tengo que festejar?
Y vos también debés sentirte solo, sino por qué la frase de Víctor Hugo, por qué ese levantarte y salir del bar corriendo. Corriendo es un decir, claro. Pero, ¿ves? Ese sí fue un gesto de tu juventud, debió haber sido un gesto de tu juventud. Alguna vez te habrás levantado de cualquier mesa para salir corriendo, dejando atrás a una mujer que no soportabas. Como no me soportás a mí. Claro que yo tampoco te soporto, pero yo casi no soporto a nadie; eso no es ninguna novedad. Por eso el miedo a la soledad, (¿qué miedo?), si estoy brindando bajo la sonrisa cómplice del mozo. Si tener la certeza de no verte más despierta en mí un alivio casi placentero.
Seguís en la vereda de enfrente. Estás esperando algo que no es un taxi. A mí o a otra persona. Otra persona no estaría mal. Alguien que escuche tus ronquidos, que soporte tu aliento y ese olor a viejo. Otra que escuche tus maravillosas recetas de cocina, que te acompañe a jugar, ¿jugar? golf. Otra que se maraville de tu orden y de tu erudición de índice de materias.
Pero no, no viene ninguna. Volvés, estás bajando la cabeza y volvés. No lo puedo creer. Estás volviendo. Suspiro resignada. No, si la resignación va a terminar siendo una de las formas de la felicidad, nomás.
Te miro sin decir nada. Te sentás. El mozo al que le tiraste la bandeja te mira con cierto rencor. Como te decía, en realidad, como decía Víctor Hugo, nunca en mis sueños un amigo me nombra...
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