Una amiga me dice que la música de Silvio se congeló en la macdonalización posmoderna. Me dice, mientras apaga el cigarrillo, que ya no se sabe de donde viene ni para quien canta. La miro. Me mira. Le digo que no. Que la poesía de Silvio no se ha congelado. Poco importa de dónde viene porque es una parte de nuestras vidas, de la de tantos que lo descubren sin darse cuenta cuando un “ojalá pase algo” los invade como un rezo.
Mientras cante tu amor, intentando atrapar, las palabras que digan lo demás o una mujer con sombrero nos haga llorar y un perro le ladre a la luna.
Mientras gastes papel en recordar a alguien y te haga hablar en el silencio. O pierdas un sueño azul en una lapicera.
Mientras no quieras ser la paridora pagada con pan o cuando encuentres sillas peligrosas que te inviten a parar.
Cuando ames a pesar de estar muerta y, al día siguiente además.
Cuando el teléfono insista en coleccionar absurdos y, una imagen te llegue a las seis menos diez y no puedas dormir ni un instante después.
Cuando te preguntes que tipo de adjetivos se deben usar para hacer un poema de un barco.
En fin, cuando sientas que tu amor abre pecho a la muerte y despeña su suerte por un tiempo mejor, cuando todo esto suceda, la poesía de Silvio Rodríguez estará en tu cabeza y, lo más importante, en tu corazón, en ese territorio donde las banderas no existen.
Conclusión, terminamos escuchando “La maza” y cantando con él a los gritos: “Qué cosa fuera, corazón, qué cosa fuera. Qué cosa fuera la maza sin cantera”.
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