jueves, 3 de agosto de 2006

Escribir.

Escribir sin corrector. Escribir lo que salga. Escupir las palabras en la pantalla para exorcizar engaños. Escribir porque estoy herida, porque la soledad pesa menos si escribo, porque la mentira se esconde en tantos nombres. Escribir con tristeza repetida. Pedirle a mis instintos que hablen. Que no importa si ellos creen que no los escucho, siempre escucho, aunque no me guste nada lo que digo. Y eso es lo que me tiene mal. No coincide una nota. Algo desafina. Es decir todo desafina. Griterío infernal, que no respeta horarios, ni lugares. Sin permiso los ojos se inundan. Sin avisar la tristeza se instala y pareciera venir con ganas de quedarse. Aunque la saco a patadas, ella entra sin golpear. Cierra las ganas. Desconfiar no era frecuente en mí. La desconfianza la dejaba ser parte de otros. Ahora no. Tristeza y desconfianza juntas, dentro de mí. Y las palabras que intentan calmarme y la calma no viene. Ganas de irme lejos. Ganas de dejarme olvidada en alguna estación desierta. Dejar de ser la que me llevó hasta allá. Perderla, como se pierden las llaves, como se pierde el amor.

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