lunes, 23 de octubre de 2006

Empecinadas

Cuando vienen, no las espero. Me hacen preguntas, insisten con el ¿por qué?
Están indignadas. No se llevan bien con lo opaco, no saben perdonar mentiras absurdas. No las enternece el dolor encubierto. Ni los saludos desde un mar que le negaron.
No quiero que se queden, pero giran dentro de mi cabeza. Me despiertan en plena noche, insisten con perfumes del pasado y risas iluminadas con luz de vela.
Regresan sin que las regrese. Esperan respuestas que ignoro. Quizá sean la salida de mi laberinto. Quizá buscan razón en lo vivido. Pero no alcanza, les digo, no alcanza lo que he sido, tampoco el hilo. No alcanza y no existe salida a tanta confusión.
Ellas vienen siempre acompañadas con dolor. Me duele cada mirada, cada paso, cada aclaración. Me duele regar las plantas. Mirar hacia la esquina. Me duelen los pasos perdidos, mi sombra solitaria, mi risa clausurada.
Vienen empecinadas, enfurecidas, buscan respuestas que no puedo dar y me dejan sin fuerza, se llevan mis ganas, mi equilibrio, mi cautela.
Entonces me encierro, se aburren, se sienten incómodas entre los restos de la que fui desparramados por la casa, barriendo rincones, podando fracasos, quemando promesas.
Las veo irse una por una. No dejan rastros pero juran regresar.
Quizá algún día pueda hilvanarlas, lograr que abandonen su odio acomodándolas en oraciones, intentando hacer con ellas algún poema.

No hay comentarios.: