Beatriz es mi amiga. La conozco hace años. Alguna vez fuimos compañeras de laburo. Cada tanto nos llamamos y nos ponemos al día.
Estuvo casada 14 años; siempre con el mismo. Se enamoró de él porque la hacía reír. Cuando paraba de reírse (o no, vaya uno a saber) tenían hijos. Tres. Tres monstruos; adorables pero, monstruos al fin.
Beatriz tenía una brisa a la otra Beatriz (La Salomón, de la Beatriz del Dante no tuvo, tiene ni tendrá idea), nunca faltaba el papafrita que decía que era idéntica y la tarambana se la creía. Salía disfrazada con jeans de leopardo, los pelos al viento y pintada como una puerta. Al marido parece que le gustaba andar con el clon de la otra por la calle y parecían estar bien juntos. Incluso con los monstruos y sus líos escolares, siempre estaban bien. Y claro, estaban como el tujes.
Hacía bastante tiempo que no hablaba con Beatriz. La otra tarde me invitó a su casa, a su nueva casa. Sí, me separé, me dijo. Después siguió con otros temas, pero me sonaron raro las pausas para tirar un carilina, limpiarse los mocos y agarrar otro. Voy ahora le dije y fui.
Beatriz ya no se parece a la Salomón, claro que ni la Salomón se parece a la Salomón. Beatriz está mejor, me atrevo a decir que su edad hace que su belleza sea más convincente.
Estuvo casada 14 años; siempre con el mismo. Se enamoró de él porque la hacía reír. Cuando paraba de reírse (o no, vaya uno a saber) tenían hijos. Tres. Tres monstruos; adorables pero, monstruos al fin.
Beatriz tenía una brisa a la otra Beatriz (La Salomón, de la Beatriz del Dante no tuvo, tiene ni tendrá idea), nunca faltaba el papafrita que decía que era idéntica y la tarambana se la creía. Salía disfrazada con jeans de leopardo, los pelos al viento y pintada como una puerta. Al marido parece que le gustaba andar con el clon de la otra por la calle y parecían estar bien juntos. Incluso con los monstruos y sus líos escolares, siempre estaban bien. Y claro, estaban como el tujes.
Hacía bastante tiempo que no hablaba con Beatriz. La otra tarde me invitó a su casa, a su nueva casa. Sí, me separé, me dijo. Después siguió con otros temas, pero me sonaron raro las pausas para tirar un carilina, limpiarse los mocos y agarrar otro. Voy ahora le dije y fui.
Beatriz ya no se parece a la Salomón, claro que ni la Salomón se parece a la Salomón. Beatriz está mejor, me atrevo a decir que su edad hace que su belleza sea más convincente.
- Catorce años al lado de un desconocido. Me dijo ni bien me pasó el primer mate. No pude evitar pensar en mi otra amiga, la que sostiene que siempre hay alguien que está peor.
- ¿En qué sentido un desconocido? Tenés tres hijos, conviviste con el hasta hace cuatro meses. Después te cuento lo que es estar al lado de un desconocido le respondí.
- Es puto. Me dijo bajito.
- ¿Puto? ¿Humberto es puto? Bueno… nombre de puto tiene, pero ¿se hizo puto ahora? ¿Cómo qué es maricón? ¡Con razón nos cagábamos tanto de risa con el. Viste que los putos tienen esa chispa… Cerré mi boca. Cuando pude escucharme (a veces lo logro) Cerré mi boca y le pasé el mate.
- Cuatro años mantuvo la relación con su amante. Tuvo que elegir y lo eligió al otro. Yo como una pelotuda sin darme cuenta de nada. Eran socios en el Estudio, incluso le presenté unas amigas para que saliéramos los cuatro. A vos no te dije nada porque sabía que estabas en pareja. (Dios existe, pensé, lo único que me hubiera faltado era salir con el amante del marido de mi amiga) A las chicas les pareció un tanto extraño, o ninguna se avivó o ninguna se animó a decirme lo que pensaban, cosa que dudo. Era el típico salame que les decía “Nos hablamos” y cuando le preguntaba a Humberto, me decía que no sabía nada pero que le parecía que estaba saliendo con otra. ¡Con otra! Te juro que lo cuento y me dan ganas de cortársela.
- Dejate de joder, a lo mejor le hacés un favor…
Nos miramos y la risa fue inevitable. La charla continuó, terminamos escuchando a Sabina, hablando del psicólogo que atiende a los monstruos, porque Beatriz no quiso ocultarles lo que pasaba y me parece bien. Además, no sabés lo fuerte que está el psicólogo, me dijo mientras descorchaba la primera botella de vino, antes de cenar.
Nos miramos y la risa fue inevitable. La charla continuó, terminamos escuchando a Sabina, hablando del psicólogo que atiende a los monstruos, porque Beatriz no quiso ocultarles lo que pasaba y me parece bien. Además, no sabés lo fuerte que está el psicólogo, me dijo mientras descorchaba la primera botella de vino, antes de cenar.
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