miércoles, 11 de octubre de 2006

Manos vacías.

Hay una hora que no respeta relojes y, así como podemos amar un imposible, intentamos morir en una canción.
Nuestra sombra nos espera, sentimos que tiembla pero igual encendemos la luz.
Hay una hora, la prefiero de madrugada, en la que damos todo. Sin preguntas nos entregamos.
¿Hay una hora qué nos ofrece ser diferentes o continuar como somos?
Cansada de dejar pasar horas. Aburrida de haberlas vivido, pregunto el porque de seguir si, el error es mi constante.
Si un ángel me habla, es probable que lo confunda con una cucaracha y lo destruya sin piedad contra alguna pared. También es admisible que fuera solo una cucaracha, por eso limpio, sin culpa, el muro y tiro sus restos a la basura.
Aburrida de mí, me alejo.
Al regresar encuentro la que escribe, la que lee, la que sigue buscando esa hora que cambie su vida; encuentro a la cazadora de sueños que me mira y, otra vez, me enseña sus manos vacías.

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