jueves, 18 de octubre de 2007

Mónica

Mi credibilidad cuando quiero a una persona roza los límites de la pelotudez. Soy capaz de sostener que existen mamíferos pelados si alguien querido me lo dice; no es que no los cuestione y entre charla y mate le comente: recuerdo haber estudiado en mi tierna infancia que los mamíferos son los únicos animales con pelo y todas las especies, en mayor o menor medida lo tienen, mirá que sé que los delfines no tienen pelo pero mi señorita me explicó que lo perdieron por su adaptación al medio acuático, pero si el ser querido niega aquello que la señorita de quinto enseñó, aunque la Enciclopedia Británica le de a ella la razón, yo sostengo lo que dice el objeto de mi cariño. Paso por ignorante, claro. Por boluda, también.
Acá entra Mónica, una amiga que tuve entre los 14 y 18 años. En ese tiempo comprendí que en mis afectos existe un Triángulo de las Bermudas; cuando me engañan o me traicionan desaparecen en una zona que, si bien durante los primeros meses puede confundirse con desolación y tristeza, terminan acomodándose en una zona llamada desprecio. Aparecen cada tanto, como la serie “Los 4.400”, no provocan nada en mi, con excepción de algún relato, por ejemplo éste:

Mónica era bonita, se parecía a Graciela Alfano cuando era linda, cantaba muy bien, era divertida y sabía ser dulce con los energúmenos que nos revoloteaban por aquellos años.
Siempre tuvo novio. Yo le conocí cuatro en los cuatro años que duró mi afecto, no es un gran número, sucede que ninguna de nosotras, (me refiero a mis otras amigas), lográbamos tener uno porque Mónica afirmaba ser virgen y si Mónica podía tener novioS que la respetaran (teníamos un tanto confundido el término “respeto”), nosotras no íbamos a ser menos.
Así, con esa terquedad de creer más en Mónica que en mis hormonas, casi le corto la mano a un novio que me padeció dos semanas, porque intentó rozar una de mis inmaculadas tetas y a otro porque se atrevió a pedir “la prueba de amor”.
¡La prueba de amor, a mi!!! ¡Pervertido!!! ¡Sucio!!! ¡Atorrante!!! Gritaba como una loca, mientras Mónica se limaba las uñas y mis otras amigas estaban más horrorizadas que yo.
¿Por quién nos toman??? Gritaba Silvia, (porque quien le hacía algo a alguna, se lo hacía a todas). ¿Te quiere coger? Preguntaba Susana, desde su lenguaje poético. ¡Qué suerte que tenés, Moni!!!, murmuraba Alejandra, mientras masticaba la décima medialuna. ¡Nos tocan todos degenerados, che!, se lamentaba Graciela, intentado embocar la púa del Winco en “El tuerto y los ciegos” de Sui Generis.
Mónica no decía nada, es decir, decía pelotudeces, mientras se acomodaba la toca y me pasaba un pañuelo porque yo estaba llorando, tirada en mi cama, preguntando entre sollozos porque nos tomaban por putttttas. (Sí, marcaba la “t” con un énfasis extremo).

Un domingo, en Pinar de Rocha, un amigo que después se transformó en mi primer ex marido, me dice: ¿Mónica virgen??? Dejate de joder, nena… ¿sos su amiga o qué???
Allí comprendí lo que es ser un “o qué” de carne y hueso.

Cuando encaré a mi “o qué”, me abrazó, me juró que me lo iba a decir, que se sentía culpable, que temía ser incomprendida, que no era una atorranta, que no lo hizo para hacernos mal…

Y no, claro que no fue una atorranta, ni una puta, ni nada similar, fue una perfecta mentirosa. No la pude perdonar. Ya no podía confiar en ella; no quise volver a verla y, si hoy la saco del Triángulo de las Bermudas es a pedido de un amigo que, cuando le conté la historia se mató de risa y después me dijo: fuiste demasiado dura con Moni. Ustedes, ¿qué opinan???

No hay comentarios.: