Abril hasta 1982 era un mes más. Me gustaba su nombre, los primeros días otoñales mezclados con el verano que se negaba a partir, la noche que venía más temprano, algunas lluvias que tanto amé desde siempre.
Abril pasó a ser sinónimo de locura con Malvinas. Sinónimo del desastre provocado por un borracho con poder y tantos vivos que vivían a costa de tanto pibe muerto.
Abril se llevó a mi perra Lola, allá por el 84. Murió un dos de abril, diciéndome tantas cosas sin decir nada.
Después la vida, como en una balanza, trató de amigarme con abril, regalándome a mi hija un día 26. Hace 18 años pasaba la noche más alegre y dolorosa de mi vida. Alegre porque sabía que pronto la conocería, porque su padre y mis amigos estaban conmigo y cada vez que las contracciones pasaban, el placer de no sentir dolor alguno por un rato me provocaba risa y todos reíamos. Riendo entré en el Sanatorio a las siete y pico de la tarde y, a las nueve y cuarto de la noche, la Flopo ya estaba con nosotros... no reía precisamente, pero mi peceto con ojos era la bebé más hermosa del mundo y reíamos.
Abril, se amigó conmigo. Si bien lo miraba de costado, la presencia de mi hija me ayudaba a confiar en él.
Hasta el 17, claro.
Otra vez abril y la muerte.
No voy a volver a confiar en vos, sabelo.
Tampoco voy a amargar los cumpleaños de Flopo, eso también lo sabés.
Sin embargo, cada vez que llegues, voy a estar alerta. Sé que podés seguir intentando romper mi corazón.
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