El viejo le dice al joven Séneca: no mires atrás, se volverá arena. Te convertirás en sal. Jamás voltees a ver lo que cruza tu espalda, lo que arrastra tu sombra, lo que borran tus huellas.
La derribará el silencio perforándole los huesos. No más miradas cómplices, ni sonrisas. Veintisiete siglos después unos pasos, sin girar sobre si mismos, desaparecen tras un portazo. Jamás vuelvas sobre el mismo camino ni sobre la misma piel, murmura una mujer.
No des vuelta la cabeza, insiste el viejo, todo se volverá arena, se convertirá en sal y quedarán tus ojos sombríos. Jamás volverás a ver el pasado con los ojos perdidos del ayer.
Pero lo que sucede, señor, responde el joven Séneca, es que no se tienen los mismos ojos para mirar el ayer. Aquello que dejamos fuera de nuestra vista, pronto estará fuera de nuestra memoria.
Si alguno busca el olvido, quizá sean estas palabras la fórmula de una vieja y certera receta.
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