“Aceptar” es la palabra que debiera regirme estos días.
Así como algunos se guían por el zodíaco o las runas, yo me aferro a palabras.
No sirve, claro.
Entones “aceptar” deja de tener sentido y se convierte en una puteada, en un dolor, en ausencia.
Dejé de visitar la casa de mi viejo cuando murió pero no puedo dejar de visitar mi casa. Entonces es imposible no recordarlo, entonces las compuertas se abren y solo miro a través de mis lágrimas.
Alguna vez me dijeron que no tenía grandes dolores.
Ahora los tengo.
No me han enseñado nada estos dolores. El dolor no enseña. El dolor marca símbolos absurdos en nosotros.
No sé refugiarme en Dios, ni en Cristo ni en San Peperino.
La muerte es una traición. Un error de fábrica. Una soberana pelotudéz.
Lo único que crece dentro de mi es rencor, bronca, fastidio.
La aceptación no rige mis horas.
Vivir cada vez me resulta más pesado, más aburrido.
Si antes pensaba que estaba de más, ahora lo compruebo.
¿Qué hago con todo este dolor?
¿Qué hago con todo el tiempo que iba a disfrutar de Shunsho y que, simplemente, desapareció?
Acepté el BASTA de mi viejo. Acepté sus años en los míos. Casi acepté su partida.
Pero no acepto la muerte de mi perro. Era casi un cachorro. Tenía alma de cachorro.
Abro la puerta de mi casa y me quiero ir.
Intento con Flopo una sonrisa, pero no me sale demasiado bien. No quiero hablar con ella sobre lo que siento porque ella debe sentir lo mismo, pero no lo dice. No quiere hablar. Respeto su silencio. Cada uno lleva la tristeza como puede.
Yo no puedo.
Por eso en este rincón, éstas palabras.
Quizá escupir lo que siento sirva. Tengo, para variar, mis serias dudas y cuando mis dudas se ponen serias, se visten de luto.
Así como algunos se guían por el zodíaco o las runas, yo me aferro a palabras.
No sirve, claro.
Entones “aceptar” deja de tener sentido y se convierte en una puteada, en un dolor, en ausencia.
Dejé de visitar la casa de mi viejo cuando murió pero no puedo dejar de visitar mi casa. Entonces es imposible no recordarlo, entonces las compuertas se abren y solo miro a través de mis lágrimas.
Alguna vez me dijeron que no tenía grandes dolores.
Ahora los tengo.
No me han enseñado nada estos dolores. El dolor no enseña. El dolor marca símbolos absurdos en nosotros.
No sé refugiarme en Dios, ni en Cristo ni en San Peperino.
La muerte es una traición. Un error de fábrica. Una soberana pelotudéz.
Lo único que crece dentro de mi es rencor, bronca, fastidio.
La aceptación no rige mis horas.
Vivir cada vez me resulta más pesado, más aburrido.
Si antes pensaba que estaba de más, ahora lo compruebo.
¿Qué hago con todo este dolor?
¿Qué hago con todo el tiempo que iba a disfrutar de Shunsho y que, simplemente, desapareció?
Acepté el BASTA de mi viejo. Acepté sus años en los míos. Casi acepté su partida.
Pero no acepto la muerte de mi perro. Era casi un cachorro. Tenía alma de cachorro.
Abro la puerta de mi casa y me quiero ir.
Intento con Flopo una sonrisa, pero no me sale demasiado bien. No quiero hablar con ella sobre lo que siento porque ella debe sentir lo mismo, pero no lo dice. No quiere hablar. Respeto su silencio. Cada uno lleva la tristeza como puede.
Yo no puedo.
Por eso en este rincón, éstas palabras.
Quizá escupir lo que siento sirva. Tengo, para variar, mis serias dudas y cuando mis dudas se ponen serias, se visten de luto.
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