Si pudiera decir lo que siente, tampoco lo diría. Aprendió a dejar de sentir. No es que no le duelan determinadas situaciones, simplemente dejó de registrarlas. Dejó de preocuparse por aquello que no puede solucionar. ¿Si está mejor? No, claro que no; pero dejar de afligirse por lo que no puede resolver lo enfoca más en su realidad. Después de todo es lo único que tiene. Aprendió, también, que dar sin esperar nada a cambio es una de las mentiras más grandes en las que creyó. Ya no cree, claro. Que crean todos los hombres y mujeres de buena voluntad. El pasa. Como pasaron sus utopías, sus marchas y recontramarchas. Sus discusiones en defensa de ideales que no le sirvieron de nada. Servir. En eso se resume todo. ¿Le sirve? Sirve. ¿No le sirve? Fuera. ¿Importa que el amor quede fuera? No. Ya no importa. Será uno más de los millones que andan por la vida en solitario. ¿Alguna vez estuvo acompañado, acaso? Una o dos veces, no más. Pero lo asfixiaba esa compañía. Tuvo que pedir gancho y salió a caminar para no volver. No regresó porque no había donde regresar. La soledad le sienta bien. No decir lo que siente, mejor. No sentir lo libera. Caminar por la orilla del mar limpia lo vivido. Lo vivido lo dejó vacío. Así, vacío pero lleno de gracias arranca sus mañanas. Gracias a todos aquellos que lo convirtieron en el que ahora es. De lejos parece el mismo y no existe posibilidad de acercarse para notar el cambio. Nos despedimos en el aeropuerto. Dijo que me quería. También te quiero, respondí. Mentimos los dos. Si pudiera decir lo que siento, tampoco lo diría.
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