viernes, 20 de febrero de 2009

Huellas

Esto que sigue lo escribí allá por el 89. Me agrada comprobar que el paso del tiempo no modifica el amor del bueno. Creo que ella nunca leyó estas palabras pero estoy segura que las conoce sin necesidad de decirlas.


En una mesa con amigos, uno dice la palabra "Huellas". Entre humo, café y cerveza comenzamos con esa especie de filosofía nocturna. ¿Qué tipo de huellas?, pregunté; ¿las que te dejaron o las que dejaste en otros? No hubo, como nunca hay en estos casos, una aclaración. "Huellas" era la consigna y con ella apareció la imagen de Florencia, mi hija.
Su mirada limpia, su risa inocente. Mi respiración acompañando su sueño y mis ojos que no se cansan de mirarla. Se hizo presente el miedo a que algo pudiera sucederle; ese temor a perderla y la pregunta: ¿cómo era mi vida antes de amarla?
Nació la certeza de que por ella seré mejor persona, el agradecimiento porque ahora entiendo lo que ayer no comprendía.
Florencia es en mi vida el milagro. La hija a solas deseada. Mi sangre, mi carne; la continuidad de mi existencia. La libertad de espíritu y materia.
Siempre estuvo dentro de mí. Hoy es vida. Su vida, por eso hablo de milagro.
Tal vez, antes de su llegada, hayan existido otras huellas; quizá yo dejé huellas en la vida de otros. Pero la única, la real, la que llevo marcada a fuego en mi corazón, en mi esencia, es su huella. La huella que mi hija me regaló al nacer.

S.F.W.
1989

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