miércoles, 2 de enero de 2008

Las sandalias mágicas.

El 31 de diciembre quedará en mi historia personal como la noche que resistimos a morir deshidratados mi amiga Alex, su familia y yo. El clima era insufrible porque, sospecho, la sensación térmica marcaba cuarenta grados. Nada nos importaba porque estábamos juntos y entre otras cosas, intentábamos liberar a la muñeca que ligó Zoe (la hijita de mi amiga) porque MamaNuel existe para ella. Claro que esta MamaNuel no se fijó que la muñeca estaba embalada por oblicuos que como cuentan con su famosa paz oriental se olvidan que los occidentales carecemos de ella. En realidad, yo carezco de ella. Por eso, cuando Alex observó que estaba a punto de revolear la muñeca por el balcón, vino rápida con una tijera y después de un lapso más o menos digno, la muñeca salió de su caja para felicidad de Zoe y tranquilidad de la que escribe. Después vino sacar el papel que cubría un brillito para labios, eso me costó una uña y algo así como un rosario de puteadas. Creo que fue la madre de Alex quien se llevó el premio por sacar el protector y ahí sí: muñeca, brillito, cartera y cepillo estaban en manos de Zoe para ser desintegrados en el correr del 2008.
G. (marido de Alex) musicalizó el momento y nos sentamos alegremente a cenar. Cuando todos estábamos alrededor de la mesa, con la brisa del ventilador (que permitía que la vida tuviera un sentido), la comida y los brebajes, chusmeando y masticando en honor del año que nos abandonaba: la oscuridad. Escuché un grito. “¡No nos pueden hacer esto en Año nuevo!”. Pudieron.
La luz dejó de iluminar. El ventilador dejó de funcionar. La puteada fue mía.
Digan que mi amiga encontró velas, imagino si este corte hubiera ocurrido en mi casa, las estaría buscando todavía. Y así, con velas y una temperatura de doscientos grados nos largamos a la aventura de despedir el 2007. Nada ni nadie, (ni Edenor) nos iba a sacar la alegría. Imaginamos estar en un sauna. Alex rescató un abanico, se recogió el cabello y reíte de la Maja Vestida. A esta altura, G, madre de Alex y yo nos abanicábamos con revistas varias, anque con la guía telefónica. La única que no perdía la actitud positiva era Zoe. Decidimos salir al balcón para comprobar que hacía más calor fuera. La madre de mi amiga decidió enfrentar el problema de una forma acorde a la situación que estábamos padeciendo: se puso a rezar con Zoe en la falda. “Dale, ustedes que tienen línea directa hablen con el barbudo”, les imploraba yo, al borde de la deshidratación total pero convencida que como todo en la vida se reduce a eliminar toxinas, esto que nos sucedía era algo así como una bendición porque no engordaríamos un gramo. Así, que nos fimos a comer la mousse de chocolate sin culpa. Una frutilla del postre cayó sobre el regazo de Alex y solo atinó a decir: “la que faltaba la frutilla en el pantalón”. Y sí, cuando algo puede empeorar, empeora. Pero, repito, ni Edenor, ni el calor, ni la deshidratación pudieron con nosotros. Al rato, y al borde de alucinaciones, nos sentamos en los sillones del living. Tuvimos que apagar algunas velas porque las que estaban encendidas eran las únicas, así que comenzamos a racionar. Mientras tanto descorchábamos champagne porque si la oscuridad seguía, nos iba a encontrar el amanecer mamados pero nunca sometidos.
Alex, mira sus sandalias. Las sandalias la miran a Alex. “Me las saqué antes que cortaran la luz” dijo. Le exigimos que se vuelva a calzar, porque ya que el realismo mágico nació cerca por ahí nos rozaba esta noche.
A los cinco minutos la luz regresó. De más está decir que no se las volvió a sacar en toda la noche y pudimos brindar mandando el 2007 al reverendísimo carajo entre risas y aplausos.

Estamos pensando, seriamente, en comunicar el milagro al Vaticano.

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