La escritora deshace un jazmín en una noche de verano. Esparce en el suelo los pétalos ajados. Los pisa al ritmo de antiguos rencores y no será el dolor sino la esperanza (se dice) quien abra su boca para masticar odios y algunas traiciones.
Necesita silencio y algunas lágrimas de estreno.
Otra armonía la visita desde los lugares del pasado. Otra música la empuja hacia la calle. Regresa al barrio de adoquín y de rayuelas, ha pasado tiempo desde entonces. Tiempo que no sabe de minutos ni de días. Tiempo que lleva las valijas repletas de destiempo. Ha pasado sin luces, en puntas de pie y la escritora no pudo reconocerlo, perdida en un continúo movimiento de relojes. No pudo, entonces, saberse derrotada.
Se entretiene siendo otra. La que apenas se inicia la batalla levanta un puñal y corta engaños. La escritora omite la gramática y convierte en defectos sus virtudes. Ella quiere escribir ensoñaciones, asomarse a realidades paralelas. Salta el tiempo, se acurruca en los rincones, pinta con otoños los balcones y esconde primaveras en su cama. Salta el tiempo y llega al final de los finales. Guarda en el ambiente anticipos de tormenta y el viento le regala su canto en las alturas.
A lo lejos, las Diosas fuman los destinos...
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