Harta de mi hartazgo.
Del me voy pero me quedo.
De escuchar. De equivocarme.
De esperarme en una esquina y tomar otro camino.
De salir sin lágrimas y que me invada el llanto, al bajar del subte.
Sí, dicen que es normal. Que la depresión puede durar seis meses.
¿Qué tengo que ver con la depresión?
¿Todas las depresiones que no tuve en mi vida me tienen que agarrar ahora?
Ya tengo bastante con la Tiroiditis de Hashimoto, enfermedad que causa una reacción autoinmunológica con anticuerpos que atacan a la glándula tiroides. Mis anticuerpos no reconocen mi tiroides y la bombardean como si fuera un bicho extraño.
¡Tengo una revolución contra mi misma! ¿Esto es lo que algunos llaman “vida interior”?????
¿Pero, todas a mí? Tengo un oblicuo dentro que no me reconoce y me ataca. Me siento un jueguito de la última PlayStation.
Estoy harta de la paciencia que supe tener.
Harta de haber comprendido lo incomprensible.
De apagar el despertador con unas ganas irrefrenables de reventarlo contra la pared.
De repetir la tristeza en una ciudad que me queda grande porque a nadie busco y éste cansancio de alma emparchada con cinta scotch.
Y repito el miedo de caer desde todos los precipicios que creí perdidos.
De mirar con niebla, hablar sin ganas.
Pero también, reitero la búsqueda del empedrado de la infancia; las huellas que dejé en la arena; el primer “te quiero” de mi hija; los dedos cruzados en aquel final.
Repito las ganas de jugarme entera. De inventar un sueño. De poder llegar.
De saber que cuando tocamos fondo, hay una mano amiga que te saca a flote y te dice: “Dale, dejate de joder”.
Por eso, repito confianzas.
Porque como en una balanza, está la risa, (contraseña de los amigos), sacándole la lengua a mi dolor de barrio, a mi mirada de perra abandonada, a mi tristeza de conventillo.
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