No. No me voy.
Sucede que la bomba estalló dentro de mí.
Sucede que algunas cosas se van acomodando. Como estoy acomodando viejos archivos. Cartas de amor que nunca envié a sus destinatarios y ahora me encuentran para compartirlas con Uds.
Palabras escritas, pero nunca entregadas.
Palabras, sólo palabras.
Buenos Aires, algún día de mi pasado.
Ahora sí. Ahora puedo escribirte.
Una voz desconocida dijo no tener idea de tu nuevo número. Esa voz me contó que hace seis meses abandonaste todo. Te fuiste sin decir donde. Hace apenas unos minutos se abrió el camino que te conduce a mis recuerdos.
Alguna vez te dije que para extrañar era necesario estar lejos y como estabas cerca no podía hacerlo. Te enojabas entonces y, es una pena, que no te haya amado.
Ahora puedo evocarte. En algún rincón del pasado, si es que el pasado tiene rincones eternos, seguimos juntos. Parando un taxi sobre Rivadavia; haciendo tiempo en alguna librería de Corrientes esperando el comienzo de la película elegida o arrodillados frente a frente sobre una cama, aletargando el deseo, comiéndonos con la mirada, relamiendo las ganas hasta entregarnos otra vez al ritmo, al grito, al jadeo.
Queríamos huir del después.
“Siempre es ahora” era nuestra ¿absurda? consigna.
Fuimos “siempre” por seis meses. Curiosa similitud con éstos otros seis meses, igual cantidad de tiempo, pero distinta calidad, acotarías.
Sabíamos que era imposible huir de los relojes, pero aferrarme a utopías era mi forma de no aislarme en vos.
Decirte adiós no fue fácil. Sólo necesario.
No te amé.
Te quise y esa sutil diferencia hizo que llamara esta tarde. Quería saber de vos. Deberé conformarme con los recuerdos. Con la esperanza de imaginarte bien y que tu mirada no cambie. Fuiste bueno, un hombre bueno entre tanta maldad.
Venís a mí como la primera vez.
Venís sonriendo.
Así te guardo, así.
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