La piba sentada en el cordón de la vereda con las rodillas sucias y las medias caídas, sabe que el pibe no pasa pateando su tristeza porque, tal vez, es feliz. Y no sabía vestirse de amargura por la felicidad del otro.
Sabe que en algún lugar, tal vez en otra esquina, alguien la espera; pero no tiene ganas de ir.
No todavía.
Primero tiene que llorar.
Se levantó y pateó la lata, ésta vez, ella pateó la lata y se fue con la cabeza baja a juntarse con sus amigas que la recibieron sin preguntar, con un abrazo.
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