Octubre, allá por el 2001. Las Torres Gemelas convertidas en venganza, humo y muerte. Una mujer viaja rumbo al trabajo. No leyó aquella mañana como lo hacía todas las mañanas. Sentada, ajena a la multitud que la rodea, escribe...
Los gatos brillan desde la escalera, los atrapa una mirada desde el tren.
El sol no sabe de guerras y los gatos ignoran el tren.
En algún lugar una mano firma la orden de matar; la forma de esa mano es idéntica a otra que acaricia un cuerpo de mujer.
Nada será igual a partir de ahora, sentencian algunas voces desde el poder.
Nada fue igual nunca. Nada. Ni el dolor ni la alegría, ni este frío ajeno a primavera, ni los ojos que miran gatos desde la ventanilla de un tren cualquiera, en una ciudad lejana.
Hay amenaza de guerra en el mundo y no puedo sentir ese mundo mío.
Perdida por andenes que sólo saben de regresos, ando por la vida.
No sé exorcizar esta forma de lamento. Si las palabras ayudaran, diría: tengo miedo. ¿Alguien habrá firmado y se acerca el fin?
La muerte desviste a siete vírgenes en algún paraíso musulmán.
Vivo por un fracaso de la suerte. Respiro por venganza. Fracasos y triunfos son aliados. He sido derrotada tantas veces que aprendí a vivir con nuevos comienzos, no con finales.
Vuelvo a ver el sol cuando el subte me vomita en Av. de Mayo. La Casa Rosada a mi izquierda, el Congreso allá lejos, a la derecha, indican que todo sigue en su lugar. Nos enseñaron que ése es su lugar y yo, siempre desconfiando. Además, lo que uno ve, se parece tan poco a lo que es.
¿Seré parte de alguna raza que ve lo que no existe?
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