No alcanza decir gracias.
No alcanza la risa a tiempo, el abrazo oportuno. Ni siquiera los besos, alcanzan.
Cuando me bajé del tren, allí lo encontré. Con su paciencia de años. Con su espera silenciosa.
Mis miedos, desde la ventanilla, esperaban el saludo, una despedida pero, me fui sin mirar atrás. La lluvia me recibió con olor a tierra mojada y pasto recién cortado.
Nada tuve que explicar. Me regaló un puente triunfal, me señaló otro destino.
Abrió las puertas de su mundo y ofreció sus llaves.
Brindamos con champagne junto al fuego.
Después, rompimos las copas y mi ayer.
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