Ellos duermen. El vagón se llena, faltan asientos para toda esta gente que sube con cara de lunes, con alma de lunes.
Estación Primera Junta, línea de subte que llega para volver a salir.
Ellos duermen. Ella descansa sobre el pecho de quien confía; él la abraza, la acaricia sin darse cuenta. Duermen lejos del tipo que lee, indiferente, el diario, del pibe que mira por la ventanilla un paredón para no mirarlos a ellos, de la señora que sube con bolsas y pisa al tipo y al pibe antes de sentarse.
Ellos duermen, ella no lleva bolsas, ella descansa sobre el pecho querido. No deben tener más de 17 años y duermen. Quizá en sus sueños sigan siendo ellos y corran por una playa de arena blanca y fina, por una playa que despiertos no encontrarán.
Duermen, nadie parece verlos. Ni la chica de anteojos que sigue leyendo el libro parada, ignorando empujones, ni la otra que juega con un celular, ni el pibe joven pero feo, que feo puede ser alguien feo cuando ni la edad puede salvarlo.
Pero ellos no son feos. Son pobres y duermen. Cansados del cansancio decidieron refugiarse en este vagón que viene y va, que llega para volver a salir. Protegidos del clima y la realidad.
Duermen y a nadie parece importarle, a nadie molestan mientras duermen.
Tal vez su sueño se cruzó con el mío, tal vez ahora finjo estar dormida para verlos salir del mar, correr sobre la arena. Los saludo con mi sombrero, se acercan para tomar una cerveza y reímos de toda esa pobre gente que viaja en subte, los lunes por la mañana, para cumplir esos patéticos horarios de oficina.
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