Esta noche lo siente caminar por su alma. Regresa desde aquel tiempo donde todo parecía casual, donde los días engañaban a los relojes. De alguna manera siguen comunicados, puede así contarle que en el micro es la única pasajera despierta, sus hijos duermen en el asiento trasero. La luna ilumina su ventanilla. Los viajes largos los prefiere de madrugada porque puede acariciar recuerdos.
La última vez que hizo este camino fue con él. Hace tres años.
Lo recuerda y piensa en el otro, el que espera en la estación.
Piensa que los amores posibles lo son después de haber dado a cambio un amor imposible.
¿Será la luna que acerca su recuerdo? “Tus ojos color luna, así me gustan, así”, le decía.
No volvió a saber de su vida. No quiere saber.
Es el precio que paga.
Sabe que existe. Sabe que su cuerpo es la mitad exacta del suyo. Que su piel, su olor, su aliento al fundirse en ella generaban el perfume salvaje de los que se pertenecen desde siempre.
Regresa y un amor, otro amor, aguarda.
Regresa, (es como si él también regresara mirando la luna, arrullando a su hijo dormido, con un amor posible en su costado).
Mira las estrellas. Hace tres años una cruzó el cielo para recordarle que ése amor era eso, una estrella fugaz. Muerto desde antes pero, con tanta luz, tan lleno de fuerza que vivirá en cada uno como solamente viven los amores imposibles.
Acepta esta invasión serena de recuerdos. Se pertenecen. Son las distintas caras de una misma moneda que ya nunca, nunca más, cruzará el espejo.
Alguna vez les pasó algo y para seguir amándose era necesario perderse.
No conoce otra forma para reinventar el amor que amar a alguien posible, sin olvidar el surco que dejó en su vida aquella estrella fugaz, aquel amor imposible.
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