Corría el año 1994 y, en la revista “La Maga”, rendían un Homenaje a Julio Cortázar con una edición especial, le pedían a los lectores que describan una situación erótica en un idioma propio, mezclado con el español, tal como lo hizo Cortázar en gíglico en el capítulo 68 de Rayuela.
Entre 243 trabajos el mío resulto ganador y los Cuentos Completos de Julio Cortázar me acompañan desde entonces.
Aquí les dejo mi homenaje:
“Tus oluces con luz de luna, así me zutan, así...”
Ella se tredaba a esa dulba que recorría palmo a palmo su aparpo, tan de él, tan poco de ella. La digua dulce que lamía su temarca con elevaciones y curvas; la digua que desbaba hasta penerar en la marilulla húmeda que guardaba entre sus piernas.
El la mivera retorcerse y el goplazmo es uno solo. Desdir más. Desdir nunca. Ella explaba y todo era luz violeta y fiema.
Ella, tan ella ahora, inolaba el otro aparpo y él ya no era él. Se babadana a esa dulba tan suya, tan de ella; a esos sobomimos que borraban el pasado y el futuro. Esa dulba chulmaba la befaza que el trebaba. Los sadogemos eran uno. Rítmicos, únicos. Volgaban y eran ninguno y todos a la vez. El univiso hombre y la univisa mujer eniba la tierra.
Sus gritos, él pretando y satiendo; ella aniciendo, aniciendo... empapando el universo, baluando goplazmo, iluminando con sus oluces color luna lo imposible, el después.
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