Alejandra Pizarnik, murió en Buenos Aires, el 25 de septiembre de 1972.
Criatura fascinada y fascinante, al decir de Enrique Molina, víctima y maga, ardía en la hoguera y, al mismo tiempo, con esa maldad de la poesía prendía fuego al mundo circundante, lo hacía arder con una fosforescencia tierna y sombría, que iluminaba su rostro de niña con una sonrisa de fantasma. Pocos seres tan plenos de fatalidad poética como Alejandra.
Les dejo un párrafo de una carta enviada a su amigo León Ostrov. No es un homenaje, es tan solo mi manera de sentirla viva, de saberla cerca porque los grandes no se van, toman distancia, se quedan con nosotros y siempre la encuentro y me encuentra cuando nos necesitamos. ¿Cómo no sentirla a mi lado cuando al abrir uno de sus libros me dice: “He desbaratado lo que no me dieron, que era todo lo que tenía."
“Simplemente no soy de este mundo. Yo habito con frenesí la luna. No tengo miedo de morir; tengo miedo de esta tierra ajena, agresiva. No puedo pensar en cosas concretas; no me interesan. Yo no sé hablar como todos. Mis palabras son extrañas y vienen de lejos, de donde no es, de los encuentros con nadie. ¿Qué haré cuando me sumerja en mis fantásticos sueños y no pueda ascender? Porque alguna vez va a tener que suceder. Me iré y no sabré volver. Es más, no sabré siquiera que hay un “saber volver”. No lo querré acaso.”
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