jueves, 17 de abril de 2008

El clon.

Tengo (en realidad, tenía) una ex vecina, con la que cada tanto nos vemos (veíamos), ayer intentó que conociera a un señor que, pensó (¿pensó?), pudiera congeniar conmigo. Ella era una persona que llegué a estimar, (nótese el tiempo verbal que utilizo) pero me presentó una especie de clon de Claudio María Domínguez (los que no conocen a este personaje, no pierden nada); entonces, no es que no crea que todo va mejor con coca cola, pero me gusta más la pepsi y con esta confesión comienza mi conflicto porque cuando una persona (mi ex vecina) me presenta lo que me presenta, eso quiere decir que está intentando otra cosa, por ejemplo, que no la estime más.

El clon al conocerme dijo algo así como que se notaba que yo era especial, un ser de luz casi divina, una buscadora incansable de la verdad y me agradecía aceptar conocerlo; la miré a la culpable de todas mis angustias y todos mis quebrantos con una mirada digna de Yiya Murano. El no lo notó porque siguió agradeciéndome el hecho de existir. No pude cerrar mi boca y dije con cierto grado de molestia, que no debía agradecer mi existencia; que existo porque existir es ser, que, de alguna manera, estoy condenada a ser hasta que reviente y, si cuando reviente quiero seguir siendo y puedo ahí, tal vez, la que agradezca seré yo, claro que no sé bien a quien todavía. No creo que le haya quedado claro lo que dije porque comenzó a hablar del amor a flor de piel, de aquello que debemos expresar en forma natural para que fluya en cada acto, en cada situación ya que debemos saber que todo es uno, todo es amor, todo es dios y todo es perfecto. Mientras el clon seguía divagando, mi ex conocida lo miraba empelotudizada y yo comencé a buscar las Alplax en mi cartera. El tipo seguía, ya en el cenit del razonamiento mogoloide preguntándonos: ¿Quién hizo que los murciélagos colgaran cabeza debajo de las ramas de los árboles? Y, osó preguntarme: ¿los habrá atado así alguien por odio? Cuando no encuentro lo que busco en mi cartera, el mal humor me invade y, si agrego escuchar a un imbécil, mi respuesta puede ser, digamos, un tanto agresiva. Parece que el clon se avivó porque enseguida respondió el mismo: No, ¡es su destino! Así también, nadie puede escaparle a las consecuencias del karma, dijo sin que se le moviera un músculo de la cara. Sin decir una sola puteada, me levanté. No sin antes aclarar que debía escapar de mis instintos asesinos. Mi ex vecina intentó esbozar una palabra pero yo estaba bajando en el ascensor.

Algunas cosas no cambian, el portero estaba parado en medio de la vereda con los brazos cruzados, casi recordándome con ésa mirada que tienen algunos porteros que la huida no es una enfermedad, es una verdadera ciencia que deberían enseñarnos desde niños para huir rápidamente de la idiotez. Sí, el portero se llama Poroto.

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